07 oct 2014 / 10:51 H.
Ha llovido mucho desde que dejé de interesarme por el fútbol y no tengo demasiada idea de lo que sucede en ese mundo en el que al parecer los equipos solo pueden destacar contratando profesionales a golpe de talonario. Para mí, esa forma de proceder no tiene que ver con la verdadera afición a unos colores que se llevan en el corazón desde la cuna y se mantienen a lo largo de toda la vida. Ese es mi caso cuando se trata de mi equipo de siempre, nuestro Real Jaén. Hoy ha sido un día inolvidable porque he vuelto a un estadio para verle jugar y he recordado mi niñez, cuando mi padre me llevaba a ver el fútbol. Desde los pueblos de la provincia eran bastantes los aficionados que se desplazaban los domingos hasta la capital para ver el partido de liga. Por entonces había dos taxis en mi pueblo y no puedo dejar de describirlos porque los tengo grabados en la retina. Uno era un Ford Station Wagon con la carrocería de madera. El otro era un haiga, (quizás alguno de los lectores no conozca esa palabra) creo que un Chevrolet Sedan Fleetmaster de cuatro puertas con trasportines entre los asientos delanteros y traseros. En ellos nos hacinábamos 15 o más para recorrer el camino entre mi pueblo, Torreblascopedro, y el estadio de La Victoria, donde esperábamos ver al Real Jaén jugar y ganar al equipo de primera de turno: Real Madrid, Atlético Bilbao o Barcelona con todas sus figuras de aquella época, los Ramallets, Di Stéfano, Puskas, César, Collar, Gainza, Panizo y otros. Nosotros, algo más modestos pero no menos bravos, teníamos a Méndez, Cabrera, Arregui con su pañuelo circundando la frente. Buenos tiempos aquellos de los años 50 en los que nuestro Jaén militaba en la Primera. Hoy lo he vuelto a ver, casi 60 años después, militando en la Segunda B, pero mi ilusión y mi cariño a esos colores a los que, como dice el himno, no hay equipo que los venza, me han deparado una tarde de recuerdos y vivencias que ha merecido la pena. De lo visto en el campo ya han hablado los comentaristas deportivos. Yo solo quiero quedarme con el buen sabor de boca del empate logrado en el minuto noventa cuando el Marbella estaba pidiendo a gritos que se acabase el encuentro.