Apostolado en B

En la onírica Le vent se lève (El viento se levanta, 2013), del maestro del anime japonés Hayao Miyazaki, uno de los personajes aconseja al protagonista, inspirado en la figura del ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi, que explote la década de creatividad que le toca a toda persona en su juventud para hacer grandes cosas. La idea podría resultar reduccionista, limitada y hasta descabellada. Hay genios que no entienden de edad. Véase Ana María Matute, Pablo Picasso, Woody Allen o Sonny Rollins. Hay sobradas excepciones que confirman la regla. Pero, definitivamente, no es el caso de Alejandro Amenábar.
El joven que, con apenas 25 años y una Tesis (1996) tan desconcertante como sobresaliente, puso —y sigue poniendo— los dientes largos a todo estudiante de Comunicación Audiovisual que soñaba con dedicarse al séptimo arte, tocó techo, con Oscar de Hollywood incluido, cuando, en 2004, se estrenó la laureada Mar adentro. A partir de ese momento, y como si se cumpliera la premonición del personaje de Miyazaki, comenzó su caída a los infiernos. Un espectáculo de patinaje que, lejos de ser artístico, da ganas de llorar de pena.
Si, cinematográficamente hablando, había muy poco que salvar en Ágora (2009), en Regresión, no hay ni una secuencia que merezca el calificativo de memorable. Ningún plano, ningún diálogo, ninguna imagen que hielen la sangre en sintonía con el género en el que se enmarca. Es más, hay momentos en los que es necesario pellizcarse para recordar que es un director oscarizado, con películas como Abre los ojos (1997) o Los otros (2001) a sus espaldas, el que firma una cinta en la que los actores no dan la talla porque tampoco la dan ni el guion, ni la fotografía y por supuesto la realización, que llega a rozar la serie B.
La violación de un padre a su propia hija, ritos satánicos, fervor y/o ceguera religiosos, un plantel de estrellas americanas encabezado por Ethan Hawke y un “basado en hechos reales” son algunos de los alicientes de Regresión. Una cinta llena de interés en la que ciertos paralelismos con la aclamada True Detective le restan originalidad y atractivo. La novedad, no obstante, está contenida en su título. En la regresión. En una terapia de hipnosis llena de sombras que intenta sacar a la luz los supuestos traumas enterrados por el paciente. Es ahí donde pone el foco un cineasta que parece haber olvidado que el erotismo es más inspirador que la pornografía; que ha pasado de remover emociones a dar al espectador tesis masticadas y a hacer apostolado de sus ideas a través de este medio de comunicación.

07 oct 2015 / 11:05 H.