Apostar por el amor

Concepción Agustino, desde Jaén.- Dios ha creado el mundo y nos ha creado a los hombres para que lo habitemos; en él ha puesto los recursos necesarios para la existencia de todos. En el mundo, la mayoría de los seres humanos viven en la pobreza, y no pueden desarrollarse como personas responsables y libres.

    23 nov 2011 / 10:14 H.

    Ante esta realidad, existen dos caminos: El primero, en que cada persona busque su propio bienestar, movida por el amor al propio yo, camino éste que lleva, generalmente, a la injusticia, la opresión, la desigualdad. El segundo, en que cada persona busque el bienestar del otro, movida por el amor a Dios y a los demás, conduciendo éste último a la justicia, la solidaridad, el compartir, la fraternidad. La clave está, pues, en sustituir el amor al propio yo por el amor al otro. El reto es difícil, pero no imposible, con la ayuda de Dios. Las causas que inciden en la situación de pobreza, miseria y marginación son muchas: unas, naturalmente, provienen de nosotros mismos, de nuestra actitud egoísta e insolidaria. Otras provienen del ambiente, de una falta absoluta de valores, de compromiso radical con los que nos rodean. Otras hay que buscarlas en las grandes esferas de poder, y en los círculos más restringidos de relaciones interpersonales, en donde, frecuentemente, prevalecen el egoísmo, la explotación y la inmoralidad, entendida ésta última como la permisividad del derroche de unos y la pobreza de otros, olvidando la justicia. Considero que nuestra actitud ante esas situaciones ha de ser: por una parte, dar un testimonio auténticamente cristiano, interesándonos, de las muchas formas posibles, por los más pobres, débiles e indefensos. Por la otra, la de invertir en amor, colaborando, en la medida de nuestras posibilidades, con las Organizaciones que les ayudan:
    Cáritas, Manos Unidas, Jaén Acoge, etc. La opción preferencial por los pobres, la lucha por la justicia, es algo que pertenece a la entraña misma del Evangelio. El él comprobamos que Jesús se identifica plenamente, sin paliativos, con el necesitado. En el que sufre, Dios espera siempre nuestro amor. Él mismo ama a través del hombre. Somos, pues, instrumentos del amor de Dios; un lápiz en sus manos, como se definía Teresa de Calcuta; el cristal, a través del que pasa el amor de Dios a los demás; una especie de vasos comunicantes, y no debemos, en modo alguno, impedir ni obstaculizar este paso. Pongamos cada día nuestro grano de arena en la playa infinita del Amor de Dios. Hagamos realidad en nuestra existencia las palabras de Cristo:”Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura”.