14 may 2015 / 11:26 H.
Sin patria, errantes, nómadas por obligación, orígenes estrangulados, corazones rotos, familias mutiladas, tierra violada, niñez adulterada, diáspora forzada, etcétera. En definitiva, un vasto pandemonio de sentimientos y de pensamientos. Aparte de estos apátridas, “Juanes” y “Juanas” sin tierra, siempre hubo y habrá otros, pero siempre un escalón por debajo de los que le dan el nombre y el significado a estas palabras, pueblos a los que les robaron su memoria y su alma mediante el acto más vil y cobarde, la violencia, la razón más vieja que siempre ha existido en la historia del hombre. Los otros apátridas, mi forma de calificarlos, somos todos nosotros, unos por sus ideologías políticas, otros por sus creencias religiosas (guerras de religión), por el color de la piel y el “capitán general” desde que el ser humano está en este valle de lágrimas, la sinrazón del pensamiento opuesto, o estás conmigo o estás contra mí. Y no querría dejar de omitir a los apátridas coetáneos, resultado del actual sistema político, económico y social, los últimos de la fila que al final somos todos, antes o después, los desahuciados del alma porque el gran triturador (el capital) tiene que cobrarse su tributo, sus víctimas, siendo un ejemplo muy clarificador la vergüenza nacional de los desahucios de seres humanos de sus viviendas; y, para terminar, una opinión muy personal: Cada día siento más empatía por los “antisistema” en sus más diversos frentes.