Antonia, Sara, saritísima
Pedro Molina desde JAÉN
En estos días de primeros de abril, en los que parece que por fin le vamos a decir adiós al invierno, nos hemos despedido de personajes como Margaret Thatcher, una dama del capitalismo opresor, del filósofo sabio José Luis Sampedro, del carnal director de cine Bigas luna y de nuestra internacional Sara Montiel, Sarita Montiel, saritísima. Qué más da si eran 85 años o los que fueran. Se ha ido un mito del cine, un bellezón en blanco y negro y a color, que representó la sensualidad en una España gris y triste de pasodoble y puchero. Se hizo a sí misma, de la miseria a la fortuna y desde la mancha logró alcanzar el sueño americano sin que se le subiera a la cabeza.
En estos días de primeros de abril, en los que parece que por fin le vamos a decir adiós al invierno, nos hemos despedido de personajes como Margaret Thatcher, una dama del capitalismo opresor, del filósofo sabio José Luis Sampedro, del carnal director de cine Bigas luna y de nuestra internacional Sara Montiel, Sarita Montiel, saritísima. Qué más da si eran 85 años o los que fueran. Se ha ido un mito del cine, un bellezón en blanco y negro y a color, que representó la sensualidad en una España gris y triste de pasodoble y puchero. Se hizo a sí misma, de la miseria a la fortuna y desde la mancha logró alcanzar el sueño americano sin que se le subiera a la cabeza.
Una mujer con una carrera cinematográfica que muchas holiwudienses quisieran para sí. Una mujer libre hasta el final, que de tonta no tenía un pelo. Para hablar de Sara hay que saber mucho de la vida, de las cimas y las decadencias del ser humano. Ha poseído el don de ser joven siempre, cosa que resulta harto difícil, y que coño, eso es lo que cuenta y no esos moralistas que se empeñan a que cada edad le corresponda un papel. Su edad estaba en sus ganas de vivir. Ella misma pensaba que nunca iba a morirse. Agarraba la vida con uñas y dientes. Desbordante con tendencia al barroquismo, gustaba casi por igual a elites bien pensantes, a mujeres y hombres del pueblo, o a mitómanos posmodernos como Alaska, que hace pocos años la capturó en un videoclip boom. Con ella se marcha parte de los sueños de muchas generaciones. A principios de la década de 1990, siendo yo muy joven, hable con Sara para pedirle unas fotos de ella con nuestra paisana de Linares, Natalia Castro, la mujer morena de los billetes antiguos de veinte duros, una bohemia del arte. Sara poseía un álbum fotográfico exhaustivo. En esa foto aparece una joven Sarita y una Natalia mayor, ambas muy bellas, como si fueran dos caras de una misma moneda. Natalia fue a verla al teatro y Sara mandó que le dieran la recaudación de esa noche. En esa foto, que en estos días rebusco, porque apareció publicada en el diario “Ya”, pienso en la generosidad y la decadencia. Varios años después, coincidí con nuestra saritísima en las noches de Madrid, donde relumbraba con un abrigo de pieles con capucha. Fue por la Plaza del Rey, entre el Madrid golfo y chip, acompañada de amigos, sobresalía con el aurea que sólo tiene una estrella. Siempre he tenido pendiente ir a su casa y recoger esas fotos de un álbum que después conoció expolios cubanos. Supongo que son cosas de la juventud o de una España que es como es. Casi siempre llegamos tarde o no llegamos. Pero a Sara eso, casi le daba igual.