Ante el Belén
Concepción Agustino Rueda desde Jaén. Son entrañables los belenes que estos días ocupan un lugar de privilegio en nuestros hogares. A ellos se asoma la mirada limpia del niño y la nostálgica del abuelo que le aúpa para que pueda contemplarlo. A la cueva, que guarda celosa el tesoro de la Sagrada Familia, se dirigen nuestros ojos suplicantes, que estrenan, cada año, un reflejo nuevo en estas fiestas, y a ambos lados del niño, dándole compañia y abrigo, la mula y el buey, a los que nuestra iconografía popular ofrece un sentido de humildad y sencillez, sin importar si aquella primera Navidad, estuvieran o no presentes en el establo.
Se acercan los pastores con presentes, y un poco más atrás, los Reyes Magos que, seguidores incansables de la luminosa estrella, llevan a Jesús oro, incienso y mirra. No sabemos cuántos fueron ni de qué lugar eran oriundos, y no debe preocuparnos esta cuestión, pues, lo realmente importante es que adoraron a Dios, ofreciéndole sus mejores regalos. Debe importarnos su actitud contemplativa y de sumisión ante este pequeno niño de Belén. Es la representación del nacimiento de Cristo, una catequesis magistral del acontecimiento que marcó un hito en nuestra historia y nuestros corazones; su pedagogía, empapada de ternura y candidez, es extraordinaria, al narrar sin palabras, el hecho sublime de un Dios niño, recostado en un pesebre y envuelto en pañales, que se entrega por amor a todos los hombres.