Añorando nuestra Alameda
Recorrerla se me hace un poema de voz desnuda, de soledad infinita, de gritos y silencios que se pierden en el aire. Cada recodo me trae recuerdos no solo sonoros, palpables u olfativos, también los emotivos que afirman la identidad entre las personas y su ciudad, una cierta nostalgia visible que vapulea el testimonio de la ausencia de mimos y elegancia.
Las rosas de mayo se han ido desmayando bajo un sol prematuro, provocándoles caer al suelo que todo lo acoge, hasta el tiempo y nuestras huellas. Se mecen perezosos los cedros, los sauces y el álamo que me hablara, al ritmo del pinzón y el mirlo. Y un castaño, herido de corazones y amor eterno, con su sombra generosa hace que la mañana sea más serena. Detrás de su imagen poética, de la magia de su brisa en las tardes de verano, de la vieja terraza de miradas perdidas en los barbechos manchados de olivares y la silueta de Mágina, las peñas de Castro o el Castillo cortando el horizonte, de los sonidos de Madredeus o el Folk del Mundo bajo las estrellas; detrás, muchos fuimos secreto de enamorados: del roce de unos labios por vez primera. El aliento entrecortado mientras una mano se deslizaba tras la blusa. Los te quiero para siempre, dichos en la hora lubrican, cuando la luz es casi lila y endulza aún más los labios. Mi guitarra y las pipas entre confidencias con las amigas. El paloduz en una tabla carcomida. El hombre del cubo azul que pelaba higos chumbos que nunca me gustaron. Cuando la contemplo polvorienta, rota, dolida, añoro recobrar su ser, que probablemente es el de todos nosotros.
Poeta
Rocío Biedma