ANA ISABEL DELGADO CORONIL. "Me satisface ayudar a pacientes y a profesionales"

Ana Domínguez Maeso
Ana Isabel Delgado Coronil, Anabel para los amigos, nació en Algeciras, frente al peñón de Gibraltar. Sus padres, gaditanos de pura cepa, son de Alcalá de los Gazules. Su padre era maestro, su madre es auxiliar de enfermería y tiene un hermano dos años menor, que es farmacéutico. Trabaja como delegada de venta para un laboratorio farmacéutico, en el que Jaén es uno de sus múltiples centros de trabajo.

    01 abr 2012 / 09:46 H.

    —¿Qué recuerdos tiene de su infancia?
    —Lo primero que se me viene a la cabeza son las playas: el Rinconcillo, Getares, las playas de Tarifa. Mi padre era el director de unos campamentos de verano en el Colegio Guzmán El Bueno de Tarifa. Recuerdo que venían niños de Extremadura, y las actividades que se organizaban, las hogueras, por la noche contaban historias, se hacían obras de teatro, bailes… Era fantástico. Otro recuerdo de esa época es que estudié en el mismo colegio en el que mi padre daba clases. Eso fue un trauma para mí, pues era la hija de don José María. Lo pasaba mal, porque, lejos de tener trato de favor, me exigían más que al resto y no me pasaban ninguna travesura normal en niños de mi edad. Cursé el Bachillerato en Algeciras, elegí ciencias puras. De esa época recuerdo mucho: los conciertos en la plaza de toros —era una súper fan de Miguel Bosé. Me sabía todas sus canciones y le imitaba muy bien—, los concursos de baile de sevillanas —mi pareja de baile era mi prima Araceli y ganamos muchos primeros premios. Aún conservo los trofeos—. ¡Qué rápido ha pasado el tiempo y parece que fue ayer!
    —¿Qué estudios ha realizado?
    —Con 18 años me trasladé a Granada a estudiar. Mi padre había estudiado en Granada y quería que sus hijos estudiaran allí. Me licencié en Ciencias Químicas en la especialidad de Bioquímica. Verdaderamente, la etapa de estudiante universitario es la mejor. Tantos compañeros de sitios tan distintos… También conocí al que sería novio por más años de los que hubiera querido. Él estudiaba Farmacia. Un canario guapetón. Pero no era para mí, como se dice en mi tierra, y la cosa no funcionó. Fue una relación difícil, salí de ella un poco “tocada”, me di cuenta de que había dejado de lado a todas mis amistades y me sentí sola. Con 25 años tenía la impresión de que era una vieja y que había perdido muchos años. Dos personas estuvieron a mi lado incondicionalmente, Elena y Mase, especialmente Elena González Arquelladas, mi gran amiga, la que siempre estuvo ahí. Gracias a ella salí de una mala etapa. Hoy en día aún es mi gran amiga. Dice ella que según como le digo “hola” por teléfono ya sabe cómo estoy. Es justo reconocerle su cariño y apoyo.
    —¿Trabaja entonces como bioquímica?
    —No, cuando terminé la carrera, empecé a dar clases particulares de Física, Química y Matemáticas. Pero no me gusta la docencia y, además, económicamente no era suficiente para independizarme. El trabajo de químico, con bata blanca en un laboratorio era imposible. Era la pescadilla que se muerde la cola, pues todas las ofertas pedían años de experiencia y, lógicamente, yo no la tenía. Un día conocí a un delegado de ventas de un laboratorio y me comentó que necesitaban cubrir un puesto en Sevilla. No lo dudé ni un segundo. Le entregué el currículum, hice dos entrevistas y cuando vine a darme cuenta estaba haciendo las maletas para trasladarme a Sevilla. Ni siquiera me planteé si serviría para ese trabajo o no, ni sabía exactamente en qué consistía. Alquilé un pequeño estudio en el centro de Sevilla. Vivía sola, no conocía la ciudad y, para colmo, me ví conduciendo en Sevilla recién sacado el carné de conducir, pero con un trabajo.
    —¿En qué consiste su trabajo?
    —Mi trabajo se basa en presentar novedades para el tratamiento de la diabetes. Mi laboratorio, Lifescan (Johnson & Johnson), trabaja con tiras reactivas de glucosa en sangre y material de apoyo para la educación diabetológica. Mis clientes —aunque no me gusta llamarlos así— son endocrinos, educadoras de diabetes y enfermería de atención primaria, sin olvidarnos, por supuesto, de las asociaciones de diabéticos. Realizo visitas en las que informo de características y ventajas de utilizar mi producto, trato de identificar cuáles son las necesidades del paciente a través de los profesionales sanitarios e intento que puedan ser cubiertas. Afortunadamente, Johnson & Johnson tiene muy en cuenta todo el tema relacionado con la investigación en el campo de la diabetes y apuesta por productos innovadores que hacen más fácil el autoanálisis en pacientes diabéticos y esto les ayuda a mejorar su calidad de vida.
    —Este trabajo tiene un aspecto humano muy importante, ¿verdad?
    —Este trabajo tiene aspectos buenos y malos. Dentro de los aspectos buenos hay que destacar que conoces a muchas personas y que la relación humana te enriquece. Aprendes muchas cosas acerca del comportamiento humano y, sobre todo, que con muchos de los que llamamos “clientes” se termina estableciendo una relación de amistad. También te da muchas satisfacciones, porque cuando compruebas que con tu trabajo, con el material que llevas, ayudas a pacientes y a profesionales, te sientes orgullosa y con la sensación de un trabajo bien hecho. Pero también tiene su lado malo, o no tan bueno. Son muchas horas de coche sola, a veces, sin ganas de hacer tantos kilómetros. Días que no te levantas bien, porque hay algún problema familiar o personal al que le das vueltas y que, cuando entras en una consulta, tienes que dejarlo fuera y poner la mejor de tus sonrisas, cuando lo que realmente te apetece es llorar o, incluso, irte a tu casa. Como todos los clientes no son iguales, algunas veces, te hacen esperar para, finalmente, no atenderte o hacerlo de mala manera. Y todo esto después de haber madrugado, conducir trescientos kilómetros y esperar más de una hora a que te atiendan. Pero son los menos. Lo cierto es que, incluso en esos casos, prima la “psicología”. Y son situaciones que aprendes a manejar.
    —¿Cómo es su vida familiar?
    —Estoy casada, soy madre de una preciosa niña, Paula, que cumplirá cinco añitos en junio. Vivimos en Granada los tres y Nerón, un bonito pastor alemán —adoro a los perros—. Lo que realmente más me importa, ahora, es mi hija. Aprovecho los fines de semana y los ratos que estoy en casa para dedicárselos en cuerpo y alma, pero no puedo ejercer de madre como a mí me gustaría. Por ejemplo, nunca he llevado mi niña al colegio y no conozco a las madres de otros niños. Es mi marido quien se relaciona con otros padres. Sé que es por cuestión de horario       —me levanto a las seis y, como muy tarde, a las siete y cuarto ya estoy en el coche. Por eso, ni le preparo el desayuno ni le pongo el uniforme—, pero siento una gran pena por perderme estas cosas de la vida de mi hija.
    —¿Cómo organiza su tiempo libre?
    —El tiempo libre lo dedico al gimnasio. Me encanta, soy una apasionada de los entrenamientos duros, todo tipo de ejercicio que suponga un gran esfuerzo. No sé si será que tengo algo de masoquista, pero es así. Todas las noches leo un poco. El teatro me apasiona, de hecho pertenezco a un grupo teatral.
    —¿Qué aconsejaría a los jóvenes que quieran dedicarse a esta profesión?
    —Que tengan ánimo, entusiasmo, confianza en sí mismos, muchas ganas de conocer gente y, por supuesto, cumplir con las normas de tráfico.