ANA CASADO GARRIDO: "Me gusta implicarme con los mayores"

María Poyatos
D esde el minuto uno, Ana Casado demuestra el grado de compromiso que siente por los residentes del centro residencial de mayores Altos del Jontoya, que dirige junto con su marido, Juan Cobo. Rodeada de los mayores, algunos de ellos incluso amigos, se siente más que cómoda. Llegó hasta su puesto a través de su colaboración con Mensajeros de la Paz, una organización no gubernamental. Ana, como tantos otros, espera llegar a los 90 con ganas de bailar.

    21 jul 2013 / 08:57 H.

    —¿Cómo llegó hasta este centro?
    —Llegué hasta Altos del Jontoya porque me enamoré un poco del proyecto de Edad Dorada-Mensajeros de la Paz. Conocí a su actual presidente en Andalucía, Julio Millán, que fue sacerdote en mi pueblo. Julio vio que tenía interés y aptitudes para un proyecto como el que él regentaba, y me propuso que entrara en una de sus residencias para probar la experiencia. Y la verdad es que me encantó, desde entonces no he podido dejarlo. En un primer momento me dirigí al Norte, a un centro de Logroño, y más tarde Julio me llamó para volver a Andalucía. Estve 8 años en una residencia de Cádiz hasta que comenzamos nuestra labor aquí, en febrero de 2010.
    —¿Cómo es trabajar codo con codo con su marido?
    —Juan y yo consideramos que hacemos muy buen equipo. Como me dijo un día, yo pongo el corazón y él pone la cabeza. Muchas veces, los residentes nos ven como papá y mamá, más al estar casados. Yo me encargo más del contacto directo en el día a día con nuestros abuelos. Él aporta la imagen y la diplomacia, realiza los cuadrantes de trabajo y cubre toda la parte administrativa. Además, los ancianos lo veneran; por donde pisa se nota.
    —¿Realiza entonces labores de cuidadora en ocasiones?
    —No, yo me dedico a la supervisión. Mi día a día consiste en estar pendiente de los pequeños detalles, de informar al personal si hace falta cortar el pelo a un paciente, las curas… Controlar todo lo que se mueve en el centro. Intento que no se me escape nada. Tengo que tomar decisiones todos los días, además de organizar las actividades junto con la plantilla. Pero soy más de campo de batalla, prefiero el contacto directo con los residentes, el vestirlos, el darles la comida… Lo disfruto mucho más, pero ahora me ha tocado esta parte del trabajo.
    — ¿De qué modo ayuda a los ancianos que residen en Altos del Jontoya?
    —Los ayudo con todo lo que puedo en su día a día. Sobre todo estando pendiente de ellos, de que te cuenten lo que les apetece comer, sus formas de vestirse, sus gustos, sus estados de ánimo… Suplementamos un poco a su familia, sin llegar a cubrir jamás ese hueco. Es un rol complicado, porque no somos familia, pero tenemos que actuar como tal.  Las terapeutas y psicólogas están al pie del cañón en sus momentos de flaqueza. Tienes que estar ahí para todo, para darles de comer, para vestirles, para peinarles… 
    —¿Y considera que ellos agradecen sus esfuerzos?
    —No te lo dicen abiertamente, pero con un beso o un abrazo lo demuestran. Muchas veces creas celillos entre ellos, se enfadan si notan más apego por tu parte hacia unos que hacia otros. Y prefieren darte el cariño que tienen para ti a escondidas. Lo que nos ha enseñado Mensajeros, a los que trabajamos con ellos desde tantos años, es a crear un ambiente familiar, aunque suene a tópico. Formar una familia con trabajadores y residentes, porque pasamos muchas horas juntos. Cuando te vas de una residencia se hace muy duro, creas un vínculo tremendo. Hay ancianos a los que se les ilumina la cara cuando te ven, a ti o a otro compañero de trabajo con el que tienen un “feeling” especial. Y eso te llena de satisfacción.
    —¿Cómo se consigue ese ambiente familiar del que Mensajeros de la Paz hace gala?
    —Creo que con mucho respeto hacia la otra persona, sea muy mayor o más joven. Se respeta su vida y lo que trae detrás, sin juzgarla, y tratándola como un ser humano que tiene mucho que ofrecernos todavía. Cada día aprendo un poco más a ver a los residentes como personas, con su respectivo recorrido de vida. Se nota, en la mayoría de los casos, que en el transcurso del tiempo que viven aquí desde su llegada evolucionan a mejor de una manera increíble. Se dan cuenta de que el trato que reciben no es como creían en un primer momento, y mejora enormemente su estado de ánimo. Buscamos proporcionar todo aquello que cree en torno a ellos un ambiente de libertad y comodidad, que no se encuentren con  obstáculo alguno. A mí, particularmente, me gusta cruzar los límites e implicarme con ellos, darles todo el cariño y la atención que se merecen.
    —¿Organizan muchas actividades para los ancianos?
    —Lo intentamos. Hace poco estuvimos en la playa. Lo propuso una de las terapeutas, y al principio nos pareció una locura, porque no sabíamos cómo llevarnos a todos para allá. Pero poco a poco nos fuimos enamorando de la idea, y hemos pasado un día muy bueno en Torremolinos. También los llevamos a veces a la piscina. Y siempre que hay una fiesta, San Antón, el Día de Andalucía, las Navidades… intentamos proponer actividades especiales y mantenerlos activos. Hay talleres de musicoterapia, de manualidades, de gimnasia, de estimulación cognitiva…
    —¿Te gustaría verte como residente aquí algún día?
    —La verdad es que sí. Y está feo que lo diga yo, pero lo único que querría para los últimos años de mi vida, es que me trataran como mi equipo de trabajadores, Juan y yo tratamos a nuestros mayores. Y, sobre todo, que me trataran como a una persona, simple y llanamente. Aquí, los residentes cuentan con todas las comodidades posibles y con un equipo humano muy completo. Hay ancianos que han dejado la residencia y han acabado volviendo por el trato que reciben. Me gusta todo de este lugar, me parece muy emblemático y transmite mucha tranquilidad. Personalmente, me siento muy a gusto donde estoy y con quien estoy.