Alegrías de un día de boda
Desde Jaén. Regresamos toda la familia de la boda de un sobrino en Madrid, radiantes de alegría por varios acontecimientos inesperados. Primero: La visita de un sobrino nieto, que después de estar cinco meses en la UCI, nació prematuro, varias operaciones y sin posibilidad de vida. Los padres nos recibieron radiantes, acababan de subirlo a planta; el niño, precioso y sonriente. Nos dijeron: “Hemos acudido a la Virgen. La ciencia y la fe lo han salvado”.
Segundo: El mismo día de la boda, la hermana del sobrino que se casaba estaba con su marido a miles de kilómetros de España, en un rincón de Etiopía, para la entrega del hijo que han adoptado después de años de una carrera de obstáculos. Toda la familia había pedido el milagro, eso sí, con el sacrificio de no estar en la boda de su único hermano. Tercer acontecimiento: La boda de María, periodista, y Rafa, profesor de idiomas. Cada uno pedía encontrar a un hombre y a una mujer “limpios”, y lo consiguieron. Se conocieron casualmente en la parroquia de Nuestra Señora del Buen Suceso de Madrid. Fue un flechazo. Ella coordinaba las catequesis juveniles y, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, trabajaron con mucha generosidad de voluntarios, afianzaron su noviazgo y, al poco tiempo, anunciaron su compromiso. Ha sido una boda alegre, divertida, con mucha gente joven. Cantó una coral de amigos. Al terminar la misa, se levantaron los novios con diligencia, y subiendo al presbiterio, se dirigieron a los presentes y dijeron, entre otras cosas: “En primer lugar, queremos dar gracias a Dios. Porque si María y yo estamos casados es porque hemos conocido el amor que Dios nos tiene. O sea, si nos amamos, es porque Dios nos amó primero. Nosotros somos débiles, pero el amor de Dios no pasa nunca. El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa (San Juan de la Cruz). Y si nos cansamos de amarnos es que no nos amamos, es que no hay amor verdadero. Hagámonos como niños, no perdamos la ilusión ni la esperanza. El amor es expansivo y fecundo, es como una llama que no se consume. Queremos dar gracias también a nuestra familia, que es donde hemos aprendido qué es amar y ser amado. A todos los que nos acompañaron en los momentos más dulces y más amargos de nuestras vidas. Nos pueden quitar muchas cosas: puede ganar o perder nuestro equipo, perder nuestro partido político, pueden subirnos el IVA, podemos no entender el sufrimiento… Pero lo que nadie nos puede quitar es el privilegio de ser hijos de Dios. Nosotros solos no podemos amar ni comprender esto. Necesitamos la gracia de Dios. Lo más grande que María y yo podemos regalaros es que conozcáis a Dios y que sepamos transmitiros la belleza de nuestra fe. Eso es lo que os vamos a dar si os queremos”. María y Rafa han secundado lo que Benedicto XVI nos pide: evangelizar, y ellos han empezado por lo más importante, la familia. Ante la crisis de valores he admirado más la actitud de estos sobrinos que, con tanto sacrificio y generosidad, han sabido dar un sentido a sus vidas y un ejemplo para todos.
María Pepe del Pino Muñoz