Alegres melodías y juegos para aprender sobre valores y cultura
'Bamboleo, bamboleo, porque mi vida, yo la prefiero vivir así'. La mítica canción de Gipsy Kings suena igual de vitalista cuando la cantan doce especiales voces del Colegio Alfonso García Chamorro de la Estación Linares-Baeza. La música es una de las enriquecedoras terapias que recibe este grupo de alumnos en amenos talleres educativos. Su profesor de compensatoria Andrés Moreno les da las herramientas pedagógicas que no encuentran en sus hogares.
Con la alegría del cante, los jóvenes espantan sus males, aprenden valores y recuperan su autoestima.
Al ritmo de históricas melodías como, por ejemplo, La Tarara disfrutan de la cultura y empiezan a entender cuánto bien puede hacerles en el futuro. “Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del otro hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio”. Esta extensa cita ubicada en una pared próxima al despacho de Moreno ilustra a la perfección las incómodas situaciones que, a veces, generan estos estudiantes cuando están en clases ordinarias.
La buena atmósfera que predomina en sus encuentros “especiales” desaparece una vez se incorporan a sus cursos. “Sus principales problemas son la atención dispersa, la falta de concentración y de disciplina, y el retraso en la lectura. Por eso alteran el orden normal de una clase”, explica el profesor que los tutela, al tiempo que señala el ambiente pacífico que reina en los ensayos musicales. Para combatir las adversidades Andrés Moreno tuvo una idea práctica y brillante: Crear amenos talleres que nutran sus conocimiento y decrezcan así las diferencias de nivel con el resto de sus compañeros. A juzgar por la euforia de las jóvenes gargantas cuando entonan cualquier estribillo, la fórmula que combina aprendizaje y diversión funciona. Y son los propios protagonistas quienes certifican, a viva voz, el éxito de la propuesta.
Saray Amador, Naiara Moreno, Nazaret Moreno, Carmen García, Valentín Amador, Rafael Moreno, José García, Francisco Moreno, Isabel Moreno, Luisa Moreno, Manuela Moreno y María Dolores Moreno. Estos son los nombres de los escolares que mima con auténtico cariño el Colegio Alfonso García Chamorro. Las actividades son tan diversas como sus historias personales. No solo las palmas y el baile ocupan los talleres. También hacen énfasis en tareas imprescindibles para su formación como ciudadanos. Si los jueves tienen costura y confección, los viernes deben reforzar la lectura. El resto de la semana están en las aulas convencionales. Hay que hacer de todo, esa es la consigna. Bien lo refleja el pequeño Rafael Moreno, con el mismo ímpetu une los puntos de un bordado y que interpreta el Bamboleo. “La iniciación al canto está muy vinculada a su cultura”, dice el maestro, mientras su alumno más nervioso, con esa cuidada cresta mitad Pitingo mitad Neymar, pone todo su empeño en hacer las cosas con rectitud. Naiara Moreno se muestra más cohibida por la visita de Diario JAEN. Su timidez le impide centrarse en las actividades musicales. Se muestra más segura haciendo tareas del colegio con los ordenadores. La pequeña María Dolores Moreno, la más joven del grupo, es risueña, su mirada tiembla. “Le gusta menos cantar”, aseguran sus compañeros, como protegiéndola.
Las lecturas ideológicas son vitales para paliar sus deficiencias de base. Al modo de un club literario, los escolares se reúnen para leer capítulos de obras maestras de la literatura. “El Cid Campeador” o “Platero y yo” les inspiran. Comparten un fragmento de La embajada de Minaya al Rey de Castillo del “Cantar de Mío Cid” y se palpa el deseo de aprender. “Cada cual selecciona el fragmento que más le llama la atención. Suele estar relacionado con sus vidas”, apunta Andrés Moreno. Este comprometido profesor, cuya labor al frente de estos niños lo avala como docente y lo dignifica como persona, no está solo en su necesaria lucha. María Dolores Aranda, amante de la música y voluntaria, colabora con pasión. “Es un grupo difícil. Intentamos animarlos al incentivar sus cualidades artísticas. Hacemos juegos de mímica y queremos crear un coro. El Día de Andalucía hicieron una actuación en el colegio”, afirma orgullosa. Remedios Rodríguez, directora del centro, celebra los resultados de un proyecto necesario y laborioso.
Y si la música tiene la capacidad de calmar a las almas más nerviosas, de concederles paz y sosiego, los juegos tradicionales también pueden darle a estos niños argumentos para crecer de forma saludable. En tiempos donde internet acapara la atención de los más pequeños, los profesores del Alfonso García Chamorro dedican las horas del recreo a enseñarles maneras de divertirse que no impliquen “perder la vista” delante de una pantalla. “Los niños ya no juegan. Parecen que han olvidado hacerlo como se hacía antes. Nuestra intención es que se socialicen mediante estas actividades”, explica Andrés Moreno. Así, la “Rayuela”, el “Tres en Raya” y el fútbol chino ocupan las horas lúdicas de los estudiantes del centro jiennense.
Si los talleres funcionan, esta propuesta de rescatar juegos tradicionales cautiva de igual forma a los escolares. De hecho, ellos mismos han creado con materiales propios las instalaciones donde se divierten. La pintura de las paredes emana de su esfuerzo, de su deseo por compartir buenos momentos juntos. Saltan, corren, ríen, se caen y, en definitiva, muestran que el ocio no es patrimonio exclusivo del mundo virtual. Por eso cuando empieza el recreo reinan las pelotas y las cuerdas. No hay rastro de Game Boy, Ipod o cualquier artículo de esta era de tanto esplendor tecnológico. Parece como si, por una buena causa, se hubiese detenido el tiempo para enseñar a los alumnos del Alfonso García Chamorro que correr no siempre es de cobardes. Sirve para hacer ejercicio y divertirse con los amigos. Los doce estudiantes del grupo de apoyo juegan junto con el resto de escolares. El recreo es un “termómetro” estupendo para constatar que cada vez están más integrados. Respetar los turnos para jugar, compartir el material y las instalaciones son lecciones que se aprenden fuera de las aulas. Los profesores del colegio controlan los movimientos de sus discípulos, ven que el trabajo tiene sus frutos. “Ahora me toca a mí”, dice una joven mientras algunas de sus compañeras saltan a la comba. No les falta ganas de pasarlo en grande. Incluso los docentes tienen que llamares la atención para que no tiren con tanta fuerza la pelota. La directora Remedios Rodríguez no para de animarles para que se esfuercen en clase y en el patio.
Una de las claves de la estrecha relación que los maestros mantienen con los alumnos es que el carácter íntimo que se respira en las aulas. “El día que unos cuantos no vienen, nos quedamos en cuadro”, confiesa Rodríguez. Aunque puede parecer un inconveniente, trabajar en grupos reducidos siempre tiene ventajas como, por ejemplo, dedicar atención personalizada a niños con problemas sociales.
“Los veo con más ganas de trabajar”, afirma la directora junto a un letrero que exalta el valor de la amistad. “Hablo mucho con las padres. Les digo que sus hijos mejoran sus aptitudes. Trato de inculcarles valores que no aprenden en sus casas”, concluye Andrés Moreno. La metodología que práctica, seria y divertida, confirma la belleza de la sentencia de Manuel Vicent: “Hemos venido a este mundo a bailar”. Así se divierten, espantan los males y aprenden valores humanos. Fran Cano /Estación Linares-Baeza