“¡Al Cielo lo que es del Cielo!”

Emocionando. Así amaneció la procesión de La Clemencia el Martes Santo. Ni siquiera esperó a que las puertas del antiguo templo, por cuyo arco el sol reclamaba cruz de guía con su voz amarilla, se abrieran.

01 abr 2015 / 14:17 H.

No. Ya desde dentro del recinto sagrado la tarde prometía lágrimas. Así pasó todo.
Mari —una cofrade a la que la vida le impidió salir en la procesión de este año— escribió, días antes, una carta que, en la voz del capellán de la hermandad, Agustín Rodríguez, hizo añicos los redondos pilares de la entereza. “Seré tu hombro, tu pañuelo, tu saeta, tu mantilla...”, proclamaba la mujer desde el balcón de un folio. Y los ojos de Juan López, gobernador magdalenero, adelantaron el primer llanto, la nostalgia primera. A ella, la más presente ausencia, se le dedicó el cortejo.
“Pedro: puedes abrir la puerta”. López, desamarrado el nudo de su garganta, ordenó poner calle a los pies de Jesús de la Caída. Y empezó el delirio. El Nazareno,  la viva estampa de la mansedumbre sobre ese camino morado que, como nunca antes —porque nunca antes la llevó—, acentuó la claridad de una túnica que lo envolvió de delicadeza durante su tránsito hacia la muerte, conquistó la plaza. Saetas, gritos, vivas... La Magdalena en estado puro, el éxtasis cofrade.      
Para cuando el Señor de Navas Parejo bordeaba los muros de la antigua mezquita, el imponente Crucificado de Cuéllar se mecía ya a paso de saeta. Rojo como su sangre, el escenario del martirio abandonó su cuaresmal quietud y, colosal, impresionante, anduvo hacia la luz. Casi rozaba su estatura los mudéjares arcos.
La cofradía debería sacar  fuera del templo, para que los centenares de jiennenses que suben hasta la orilla de la iglesia pudieran disfrutarlo, lo que ocurre cuando la Virgen del Mayor Dolor inicia su aventura procesional. Y es que hay que ser tan duro como “La roca fría del Calvario” —que titula la pieza de Serrano— para no llorar cuando el tenor Miguel Ángel Ruiz la ofrece a la Señora. Por si fuese poco, las palabras del histórico Germán Bermúdez a “sus” costaleras —“sois los pies de la Madre de Dios”— y un “al Cielo lo que es del Cielo” que sonó a gloria más que a Pasión, hicieron saltar en pedazos de cristal pequeño, derramado, las posibilidades de aguantar el llanto. ¡Qué bello!