Afición a un arte creado sobre seres vivos

Es una tradición milenaria que llegó hace apenas tres décadas a España. Y, muy poco después, a Jaén. Bernabé Fernández, miembro de la Asociación Jiennense de Bonsái, quizá sea uno de los primeros que entró en contacto con este arte en la provincia. Él empezó hace unos 25 años a cultivar bonsái. Recuerda que, en aquellos momentos, era mucho más complicado entrar en contacto con otros aficionados y, sobre todo, encontrar los materiales necesarios para este tipo de árboles.

    22 may 2011 / 09:14 H.

    Virgilio Martínez, el presidente de la asociación, también conoció este mundo cuando residía en Madrid, también por aquella época. Por aquel entonces, había que salir fuera para acceder a todo, según recuerdan, especialmente, conocimientos para desarrollar esta compleja técnica. Hoy en día, gracias a internet y a diferentes publicaciones especializadas, todo es mucho más fácil. Sobre todo, comprar tierras, abonos, mesas o tiestos. Antonio Pareja y Juan Tomás Muñoz comenzaron hace menos tiempo, pero ya les ha dado tiempo a conocer algunos de los secretos sobre este milenario arte, surgido en China y revolucionado por los japoneses en los años 20 del pasado siglo. España,  en la actualidad, está a la cabeza en criadores de bonsái en Europa y destacan especialmente ciudades como Valencia, Barcelona y Madrid. A pesar de esto, existe mucho desconocimiento generalizado y falsos mitos en cuanto a estos árboles. Por ejemplo, los bonsái no son especies diferentes a los árboles que se pueden ver en el campo. Son los mismos, en miniatura. Ni que decir tiene que no son modificados genéticamente. Sus cultivadores logran su tamaño y especiales características a través de diferentes técnicas, cuidados y, sobre todo, mucha paciencia. Los bonsái son, según explican sus aficionados, una forma de crear arte. “Es crear una pintura con un ser vivo”, dicen. Para conseguir un bonsái completamente formado, en muchas ocasiones, hay que esperar unos veinte años. En todo ese tiempo, es fundamental transplantarlos para quitarles las raíces más viejas y dejar que las jóvenes —son con las que se “alimenta” el árbol— se desarrollen, con la dificultad que conlleva; enriquecer  la tierra con abonos y nutrientes y crear su forma a través de la poda y los alambrados. Esta quizá sea la parte más especial. La idea es crear belleza con el árbol. Con las diferentes técnicas, por ejemplo, se puede dirigir la forma en la que crecen su tronco y sus ramas. De hecho, la clasificación de los bonsái se hace a través de su forma. Así, entre sus trece tipologías, los hay verticales, en forma de cascada o “barridos por el viento”, que simulan los árboles que han crecido en la cima de una montaña dominada por vientos fuertes que soplan siempre en la misma dirección.  Y todo esto sin que se sequen. En Jaén, por sus altas temperaturas en verano, resulta complicado. Por eso, que los aficionado se decantan más por unas especies que por otras. Entre las que reinan, cómo no, los olivos y acebuches. Pepi Galera/ Fotografías: Rafael Casas