01 abr 2014 / 22:00 H.
Desde Girona. El viernes día 21 cuando Adolfo Suárez Illana, el hijo del primer presidente de la democracia, anunció que a su padre le quedaban pocas horas de vida, aseguró que “estaba en las manos de Dios”. Utilizó una expresión que muestra el sentido profundo de la vida de la muerte pero que, por desgracia, se ha hecho extraña en nuestra vida pública. Parece que hay una censura o autocensura que impide hablar en público de Dios y de todo lo que tiene que ver con el destino último de las personas. Es una especie de complejo que se ha generado en los últimos años por miedo a que toda mención religiosa asocie a quien la pronuncia con el pasado, en concreto con el franquismo. Precisamente si la obra de la transición, protagonizada en gran medida por Suárez, es algo admirable, es porque creó las condiciones para que ninguna identidad, religiosa o política, tuviera que permanecer en lo privado. Suárez, cuya memoria honramos estos días, dio cauce a la reconciliación que se había producido entre los españoles e hizo posible que nadie tuviera que cargar con el lastre de los errores del pasado. Hizo posible una Constitución que tutela un verdadero pluralismo, sin olvidar lo que es más propio de nuestra tradición. El primer presidente de la democracia fue un hombre de fe. Ahora, como bien decía su hijo, está en las manos del Padre bueno que lleva a plenitud todo lo que un hombre como Suarez llevaba en el corazón. Que Dios, a quien honró, le tenga en la gloria.