Ad maiorem dei gloriam
Quiero tener libertad religiosa. Quiero tener libertad de conciencia. Quiero que se me respeten ambos derechos constitucionales. Tengo derecho a no ser perseguido ni insultado por que mi Señor sea el Crucificado. No pueden llenarse las bocas de quienes pareciera persiguen la religión católica con las palabras libertad y tolerancia. Eso es incoherencia y engaño.
Ruego a Dios Todopoderoso que nunca pierda la fe. Ruego a Dios Todopoderoso que muy al contrario me aumente continuamente la fe, que la fe es una verdadera máquina de poder y fortaleza. Ruego a Dios, a Aquel que lo puede todo, que tenga misericordia de los hombres, que nos perdone porque no sabemos lo que hacemos por causa de nuestra ignorancia, ruego que nos incite a saber más de Él. No puedo por menos que sorprenderme, y lo hago cada día más, ante la capacidad de la potencia de la fe. El ser humano, con una fe fuerte, buscada expresamente, multiplica sin duda sus posibilidades ante la vida. Quiero poder decir, en base a mi libertad de conciencia, que es mi deber buscar el reino de Dios y su Justicia pues creo, como hace dos mil años se nos dijo, que lo demás se nos dará por añadidura. Hace unos días, el cinco de junio, el día de la Ascensión del Señor, falleció mi madre. Como cualquier persona que tenga unas pocas entrañas, sufrí, cómo no, la pérdida de tan querido ser. He de confesar públicamente que hacía unos días decía a un amigo que temía enormemente mi reacción ante la muerte de mi madre. Quiero y debo, para quien pueda servir, manifestar que creo en el presente de mi madre. No me taladra el recuerdo de sus sufrimientos de los últimos años, siempre ofrecidos por ella a Dios, eso ya no existe. Ella tiene presente, y además felicísimo. Tengo la convicción moral, pues comulgaba todas las semanas, se le administró antes de fallecer la extremaunción y tenía todas las disposiciones para aceptar este sacramento, de que fue directa a la gloria del Cielo. Quiero poder decir esto sin que se me persiga, sin que me persigan ni los enemigos de Dios y de la Iglesia ni, mucho menos, algunos que dicen ser amigos de Dios y de la Iglesia, algunos de sus miembros que por su pobreza espiritual no hacen lo que predican en cuestiones importantes. Pero como la generalización en este caso es una injusticia, no es lícito, entiendo, afirmar que por causa de algunos la doctrina católica sea rechazable. Lo que sí parece necesario es apartarlos para que no escandalicen a los demás. Con toda humildad, gracias al cielo por todo.
José Pablo Alcalde es abogado