Aclaraciones a una carta
José Benítez desde JAÉN. Debería decir 'intento de aclaraciones', porque sé que por mucho que lo intente este señor, Fernando Cuesta, carta al Director de fecha 5 del presente mes —y otros muchos— seguirán empecinados en que el periodo de la Segunda República fue una 'anarquía', tal como me dijo un conocido —policía nacional jubilado. Ya lo mencioné en otra carta—. Para anarquía trágica la que provocaron los sublevados, que estoy seguro que gozarán del 'cariño' del autor de esa carta —y otros muchos, nostálgicos del gallego bajito que asoló el país durante mas de 40 años—.
Dice el autor de la carta citada: “Un ejemplo, entre tantos, de la intolerancia, fue la disolución de la Compañía de Jesús, aunque no expulsa a los religiosos, permitiéndoles continuar con su ministerio”. Menos mal, Carlos III, rey católico, 150 años antes los había expulsado de España y de todos sus dominios. Y olvida que el cardenal Segura tuvo que ser expulsado de España —siendo ministro de la Gobernación, un católico, Miguel Maura—, por su intolerancia y rechazo al Gobierno republicano. Continúa: “También el régimen impone que no habrá distinción entre entierros civiles y religiosos. Eso a pesar de que en Madrid entre julio y diciembre de 1931 recibieron cristiana sepultura 7.859 cadáveres (menos mal que ya eran difuntos) mientras solo 134 fueron enterrados en el cementerio civil. El Gobierno republicano a pesar de ello decidió no respetar la voluntad de la mayoría de los ciudadanos”. Es una contradicción, pues si esos miles de ciudadanos recibieron sepultura en cementerios católicos, fue señal de que nadie se lo prohibió. Una cosa es una ley que permita ambos casos y otra hubiera sido impedir esas inhumaciones, por el rito y lugar católicos. A pesar de todo, los logros durante esos años fueron innegables (que algunos ignoran; por supuesto a conciencia): Voto de la mujer, considerable aumento de las escuelas y mejora de los ingresos del magisterio, intento de reforma agraria, del ejército —por lo cual Azaña ha sido muy criticado—, a pesar de que la idea era simplemente reducir el elevado número de jefes y oficiales, etcétera.