Aceite de oliva. La conspiración para el empobrecimiento de una tierra
Desde jaén. Nos dijeron que modernizáramos las explotaciones agrarias, que nos mecanizáramos. Que protegiésemos el medio ambiente, que reformásemos nuestras almazaras y seleccionásemos la aceituna para producir la tan ansiada calidad, que promocionásemos el producto, que nos asociásemos en grandes grupos productores. Los técnicos o los teóricos de la agricultura, como reprochándonos nuestras culpas, nos dijeron muchas cosas a los agricultores giennenses que disciplinadamente hemos llevado a cabo y que están bien, muy bien, pero el resultado sigue siendo el mismo: un precio irrisorio, casi miserable, del aceite de oliva.
A pesar de todos esos esfuerzos económicos de los pequeños productores y sus cooperativas, a pesar del mecanismo estrella del almacenamiento privado ideado por la Unión Europea, que, según los gustos, lo mismo puede suscitar risa que pena, a pesar de las ayudas al desarrollo rural, a pesar de la expectación que supuso la creación del Mercado de Futuros todo se diluyó, al final, como en el poema del cordobés Góngora, que cantaba a la belleza, “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Porque lo que no nos dijeron esos teóricos de la agricultura es la verdad última de todo este juego de espejismos: que a los grandes grupos envasadores, distribuidores y comercializadores (italianos, por supuesto, y proahijados por la Mafia siliciana) no les interesa que el precio del aceite suba porque los excedentes económicos que ello generaría en Jaén o en Andalucía supondría la base para un impulso comercializador que, a la postre, les restaría mercado y, por tanto, riqueza. Un precio del aceite aceptable y lógico, según su cotización en el mercado gastronómico y de salud internacional, sería el germen de una competencia que les podría hacer perder el monopolio. Por eso los grandes márgenes de beneficio de las exportaciones no se permean, siquiera mínimamente, a los productores que a pesar de todos sus esfuerzos asisten asombrados a la devaluación sistemática de su producto. Por esta razón la gran conspiración del monopolio aceitero italiano, quizás uno de los más vergonzantes del mundo pues no puede justificarse en el excedente del producto, consiste en mantener a toda costa a la tierra olivarera, mediante un precio ajustado al límite, en una situación de precariedad y casi de necesidad: que dé para comer, para comprar gasóil y alguna maquinaria y poco más, y que todo siga igual o parecido. No hay más que echarle una mirada a la región, Silicia, de donde proceden en última instancia las grandes fortunas que conforman este monopolio: ruralismo, pobreza y atraso. Esto mismo es lo que quieren para nosotros; esto mismo es lo que nos pagan por tener la gran suerte de generar un producto único en el mundo, que podría ser el resorte definitivo del desarrollo de nuestra tierra. Pero no quieren. Los políticos, tanto los nacionales como los europeos, tampoco.
Francisco abril palacios