Acabada la siembra, descansa en paz
Ha muerto Antonio Villargordo y no por ley de vida dejará de ser dolorosa su ausencia. Junto a Alfonso Fernández Torres, Juan Zarrías y Cándido Méndez conformaron el cuarteto que sostuvo vivo el PSOE en la clandestinidad. Fue de todo, pero especialmente buena gente y eso, en política, es grado superlativo.

Dijo ayer su nieta, al pie del nicho en el que descansará de una vida entregada a la causa de la libertad y la igualdad, que se trata de un penúltimo viaje y que allá donde esté seguirá haciendo lo mismo, aunar, sumar, tejer, siempre unir voluntades. Antonio Villargordo Hernández ha muerto, se marchó de entre nosotros, los vivos, aunque deja sembrada la conciencia y la propia vida de quienes le conocimos. Por propia experiencia, trufada de sufrimiento, había que hacerle caso siempre. Por sabia inteligencia, aderezada de un fino sentido común, había que escucharlo sin descuidos. Pero porque siempre se hizo querer, sin tener en cuenta colores ni banderas, hay ahora que ensalzar su grandísima labor por esta tierra, por un partido que forjó junto a otros tres valientes, y por un mañana mejor para las generaciones que ahora crecen en paz. Dicen que nunca se está preparado para la muerte y será verdad, entre otras cosas porque nadie quiere morirse. También para esto era especial Antonio Villargordo, que siempre aceptó con naturalidad el ciclo vital, aunque exprimió hasta el último suspiro su labor de siembra, de consejo permanente, de llamar la atención sobre los principios que deben consagrar a un buen demócrata, como él, convencido y ejerciente. Que perdió sus mejores años luchando porque hoy vivamos libres, sin ataduras de clases y convencidos de que el único camino que le queda al ser humano es el de la conciencia para crecer libres, el del esfuerzo común para ser iguales y el de la solidaridad para que cada vez haya menos injusticias sociales. Cierto que no por ley de vida dejará de ser dolorosa su ausencia para la familia que lo arropó en vida; ahora bien, seamos capaces de hacerle inmensamente feliz ahora que se marchó. Con regar su siembra es bastante, porque la semilla es buena de verdad, como de buena gente era él. Y compatibilizó Alcaldía con innegociable cercanía a los vecinos, cargo político con persistente defensa de los ciudadanos o representación bancaria con atención individualizada sobre los que menos tenían. ¿Alguien dio más? Descansa en paz, Antonio, maestro.