Aburrimiento

Tienes la sensación de que terminarás plagiándote de nuevo, de que toda la escritura que seas capaz hilvanar ya te la habías oído a ti mismo, a tu conciencia de los últimos treintaitantos años de matrimonio civil con la moral neoliberal y socialdemócrata. Lo que podía ser una distracción, un proyecto, es otra vez la plana de la escuela, su caligrafía inglesa, aburrimiento y temor. Pero a la hora de ajustar las cuentas no se le acusará a nadie de lo que dijo, ay, sino de lo que se calló estando al tanto del truco, de las trampas de los contables.

    12 oct 2013 / 08:46 H.

    Tú eres un quincallero, otro menda de carro y fogata, cualquier bendito empleado familiar. De aquí tu delicadeza, como si nada hubiera sucedido o, aún peor, porque nada pasó entre los números ególatras que nos muerden las nalgas.

    Estás cansado de buscarle el lado sublime a lo normal, una existencia misteriosa a lo evidente, dignidad a lo que perdura, el horizonte infinito a lo que termina siempre acabando sin pasar, igual que otra víctima con sus papeles en regla, como cualquier otro jerarca oyendo vibrar su vara de mimbre en el aire, en su muñeca el compás de la canción servil de su eficiencia. Jamás discutiste los principios de la servidumbre y hoy los traes hasta aquí disfrazados de decepción o nihilismo. Mientras, los últimos vástagos de la casta autoritaria de siempre maltratan a la gente sin entrar en distinciones, con todo su candor, incluso a las especies animales que abdicaron de usar su raciocinio y a las que siguieron haciéndolo tercamente solo para sí, según las ordenanzas.

    Estás midiendo el agujero negro de la sintaxis hegemónica: la prohibición de usar el sustantivo represión, la obligatoriedad de sustituirlo por crisis cuando va seguido del adjetivo económica. El capitalismo de ocupación tiene ya evaluadas sus campañas de analfabetización en sus colonias más prósperas. Pronto obtendremos todos la licencia para dormirnos viendo en la pantallita nuestra propia violencia televisada en directo. Lo que una vez creíste poseer nunca fue tuyo, no te equivoques, sé pragmático: si eliges entre información y opinión, te pierdes. Y más si se te ocurre pensar que la libertad de expresión es, antes que un privilegio de los periodistas, un derecho de los ciudadanos cuyo aburrimiento empieza a cansarles.

    Juan M. Molina Damiani es escritor