A ritmo de jazz

Muchas veces la rebeldía cambia el mundo, pero hay otras en que no tiene razón de ser. En esas ocasiones, la insurrección apenas contiene un reflujo de infantil sinrazón que dice mucho de quien la ejerce. A mí me pasa a diario. Sobre todo cuando escribo. Normalmente para un minuto de escritura necesito tres horas de tiempo, pero hay ocasiones en que me veo a mí misma interpretando magistralmente la vida como si fuera un proceso creativo espontáneo; algo así como una variación de jazz.

    24 jun 2013 / 15:11 H.

    Entonces dedico un minuto para un minuto de escritura. La sensación de magia es tan espléndida, me quedo tan sorprendida de lo que he expresado con la punta de mis dedos, de lo que allí ha sucedido, que decía Billy Evans, uno de los músicos de jazz más importantes de todos los tiempos; que apenas alcanzo a ver más allá de mi propia complacencia mientras arremeto contra Dios, patria y justicia. Es verdad que siempre encuentro excusas a mi partitura por aquello de vivir en un país surrealista. Porque cuando un país busca exorcistas mientras psicólogos y psiquiatras tienen que emigrar, las palabras se estampan contra el papel sin que nadie pueda hacer nada. Y si la agencia tributaria de un país ve errores en la numeración de los “Deneíses” entonces las ideas explotan en los teclados de un ordenador. Si un país se llena de Bárcenas, Blesas, Fabras y Sepúlvedas andando libres por ahí, las letras también se sienten libres para dar voz a la indignación. O si los de la CEOE quieren quitar los permisos por los muertos porque los viajes ya no se hacen en diligencia, los pulsos pintan pantallas con arial 12. Y si a un país derrotado por el paro, el FMI le aconseja que siga bajando los salarios o abaratando el despido mientras ellos disfrutan de indemnizaciones y sueldos millonarios, entonces tus cuerdas vocales se alargan en forma de tinta indeleble para dar voz a los sin voz. Porque en ocasiones no es posible disfrutar del proceso de aprendizaje sosegado de la vida y solo te dejas arrastrar por la emoción honesta, aunque esa emoción carezca de habilidad expresiva o no te lleve a puerto seguro. Quizá porque la vida, a veces, es como el jazz.

    Sofía Casado es licenciada en Derecho