A las catacumbas
La “liberalización” deja en manos privadas lo que era público, como los sectores básicos de la electricidad, la telefonía y comunicaciones, transporte, energía. Se trata de arrebatar al Estado lo que era de todos para ponerlo en manos de unos pocos, en nombre de la ley del mercado, la libre competencia y, más reciente, de ese discurso por el cual el Estado no se puede hacer cargo de tantas coberturas sociales o funciones, aparte de que existe la «creencia» de que cualquier funcionario directamente va trabajar menos, está menos motivado y va a escaquearse en cuanto pueda.
Además, nadie le puede controlar o echar. No hay para todos, esto no se puede mantener y hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Que se lo digan al Estado francés y a las políticas sociales activas que allí se aplican. La degradación de las condiciones laborales o la potenciación sin límites del pez grande que se come al chico. Los empresarios, esos obreros que alguna vez dieron el salto, se arriesgaron y lucharon de otro modo por sus intereses, están de capa caída en Europa. No me refiero a los altos empresarios o ejecutivos de multinacionales, sino a los pequeños y medianos empresarios, esos que no levantan cabeza. Y están muy decepcionados porque este gobierno no hace más que ponerles obstáculos, cuando ellos se las prometían felices, de la mano de la derecha. Sin embargo, el capital es igual de injusto para los de abajo que para los de en medio. Eso no se lo imaginaban. Ahora vienen las grandes empresas y arrasan con los precios, imponen sus condiciones laborales cada vez más injustas y contradictorias, y comienza la deflación. La gente no compra porque no tiene dinero, ni va a los bares. Los precios están bajando pero todavía no se ha dado la voz de alarma: la deflación todavía no es oficial, aunque los indicadores advierten que ya está aquí. A una crisis tan prolongada solo le faltaba esto, y será la pescadilla que se muerde la cola. A privatizar. A liberalizar. A desregular. Nosotros, mientras tanto, a las catacumbas. Venderían hasta su alma, si es que tuvieran.