Hasta siempre

Benito Rus Morales, la mirada hacia ninguna parte

Su mirada horizontal no dejaba entrever lo que un día fue. El Alzheimer había hecho tanta mella en él que no recordaba nada de su pasado más inmediato. Tan sólo tenía inmortalizado el ayer de varias décadas, cuando jugaba al ajedrez y llegó a ser subcampeón de España —pues perdió la final contra Arturito Pomar— con diecisiete años, o los años dorados del Teatro Cervantes, a quien dedicó su lucha para que no volviera a suceder que la apatía de un pueblo dejara que un edificio insigne acabara derrumbado a los pies de una maquina. Él escribió el libro autobiográfico de este inmueble, una obra que sirvió para definir una sociedad que paseaba Carrera arriba,

    28 dic 2008 / 11:00 H.

    Carrera abajo mirando a la otra acera. Benito nunca dejó de informarse con su periódico. Los largos paseos, que culminaban en los Jardinillos, terminaban con la lectura del Diario JAEN. Nadie sabe si lo entendía o no, pero era una terapia que lo devolvía a la normalidad durante unos minutos. Si todo estaba acompañado de una rosquilla sin azúcar, mucho más sabroso.
    La gente lo miraba por la calle de diferente forma: Había quien lo reconocía con cariño y preguntaba cómo estaba; los otros no se atrevían a acercarse debido a la evolución de la enfermedad y su extremada y pálida delgadez.
    Lo cierto es que Benito Rus todavía continuaba destilando humanidad. La misma a la que se había dedicado el resto de su vida. Había sido uno de esos médicos de la época ye-ye, que acudía a cualquier cita con una sonrisa.
    Algunas veces, incluso, no cobraba, a los menos pudientes, o llevaba a su casa un pollo vivo en pago a sus labores médicas. Pero Benito era un doctor de profesión, aunque su vocación era la de escribir, dar conferencias y publicar. No recordaba dos de sus libros, pero el primero, aquel que hablaba del Teatro Cervantes y de la sociedad que acudía a su platea, era especial. No recordaba los miles de artículos que publicó en la prensa jiennense. Primero más de veinte años escribiendo sobre teatro en el Diario JAEN y, con posterioridad, otros tantos en otros rotativos locales, donde alternaba la opinión, la historia taurina o el flamenco.
    Ese aspecto enfermizo, austero, escondía la humanidad que, años antes, había destapado en las innumerables tertulias, realizadas en la calle, convirtiéndose, así, en un personaje de la cultura popular. Benito había generado muchos momentos y anécdotas. Pero, ahora, estaba en los últimos tragos de una vida que se quemaba en sus manos.
    Hace unos días se acabó rápidamente. Su vida terminó por extinguirse, por dejar una huella indeleble en las calles de esta ciudad, que es incapaz de ensalzar a sus hijos. Benito Rus falleció y su mirada fija se convirtió, otra vez, en dos ojillos que sonreían tras esas gafas de pasta. Gracias por enseñarme que la vida puede tener imágenes de ternura en cualquier esquina, que la necesidad de cariño y dependencia no está reñida con el castigo. Gracias padre. Te recordaré.
    Por Rafael Rus
    Jaén

    Sor Ángela “la grande”, madre, educadora y amiga

    No son pocos los alumnos y alumnas que, al enterarnos del fallecimiento de nuestra muy amada y querida sor Ángeles, —madre, educadora y amiga— nos conmovió un gran afecto de gratitud por el mucho bien que nos ha hecho. Hasta el último aliento de su vida ha permanecido activa, a pesar de su avanzada edad, en la entrega y servicio a sus queridos niños y niñas, así como a su acogedora y cariñosa familia, las Hijas de la Caridad. Desde el respeto y la devoción de cuantos la hemos conocido, nos llena de emoción el saber que se va a la Casa del Padre, con la sonrisa y dulzura que la caracterizaba, amén de su amor por los más débiles de la sociedad: los niños abandonados y faltos de recursos familiares, siendo ella, como las demás Hermanas de la Caridad, nuestras nuevas madres, maestras y amigas. Pequeña de estatura, pero grande de corazón, de humanidad, de arrojo, de entusiasmo vocacional… como hermana de la Caridad de las Hijas de San Vicente de Paúl, se dedicó por completo a la educación humana y cristiana de sus queridos niños y niñas.
    Cuánto amor y bondad hemos recibido de esta grande de la caridad. A través de su entrega, de su vocación humana y cristiana, ha permanecido fiel a las palabras del Evangelio de Jesús: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.
    —Como madre, ha sabido derramar su ternura, su amor, su protección, su exigencia en tantos niños que hemos experimentado, a lo largo de nuestra infancia, en sus palabras y ejemplos, el cariño y la consagración desinteresada de una gran madre.
    —Como educadora, supo enseñar en los valores humanos del respeto, de la alegría, de la responsabilidad, de la educación —con la sensibilidad y la fortaleza que la caracterizaban—, el espíritu alegre de superación, de amistad en los juegos, en el estudio, en el canto, en el teatro y en los inolvidables paseos…
    —Como amiga, nos presentó a sus mejores amigos, aquellos que nunca nos traicionarían: Jesús y María, bajo la mirada protectora del Ángel de la Guarda. El valor del perdón, de la superación, del amor al prójimo y a la naturaleza, a todo lo maravilloso que Dios nos ha dado gratis como un inolvidable regalo: La propia vida.
    Sé que desde el inmenso cielo, sor Ángela “la Grande” seguirá siendo madre, educadora y amiga de miles de niños y niñas que necesitan de una madre, de una maestra y de una amiga para que les lleven por el camino del bien, con sus tres ejes fundamentales: el camino del amor, el camino de la fe y el camino de la esperanza.
    Gracias sor Ángeles y, también, a tantas hermanas de la Caridad que, con su trabajo de sacrificio y alegría, hacen posible un mundo mejor, más digno y, sobre todo, más humano. Mi admiración y reconocimiento para todas ellas.
    Hoy en día, las Hijas de la Caridad siguen haciendo una labor extraordinaria en favor de niños, ancianos, enfermos… en los cinco continentes del mundo. Sobre todo, en las zonas de conflicto y miseria, como misioneras, ofreciendo gratis lo que gratis han recibido del Señor y de la Virgen María: el Evangelio —la “Buena Noticia”— del amor, de la fe y de la esperanza, entre otros, para los más débiles de la Tierra.
    Seguramente, a lo largo de nuestras vidas, hemos tenido y tendremos la oportunidad de encontrarnos con gente normal que, como estas Hermanas de la Caridad, están realizando una labor desinteresada, de servicio y entrega total, luchando por la dignidad de la persona, y en el valor de la vida digna del ser humano.
    Gracias por todo. Hasta siempre.
    Por Diego Molina, tu alumno

    Antonio Quesada Moya de Jaén

    Demostró amor y apoyo incondicional a sus hijos

    Querido papá, quiero que este mismo espacio, donde hace un tiempo dediqué unas palabras para recordar a mamá —para decirle todo lo que la queríamos y que no la olvidaremos nunca—, ahora sea en tu honor.
    ¿Sabes, papá? Todos decimos que el tiempo va curando las heridas que nos deja la muerte de los que queremos y que se van para siempre, pero creo que esto no es cierto. Vamos asimilando y aceptando la pérdida, pero no la ausencia. Está siempre ahí, día a día.
    Ahora que de nuevo se celebran las fiestas de Navidad, esas ausencias, la tuya, la de mamá, la de los abuelos, se hacen todavía más duras.
    Recientemente, recordándote, comentaba con mis hijos cómo eran las madrugadas del día de Reyes: cuando tú nos llamabas para ver si Sus Majestades nos habían dejado los regalos. Recuerdo el brillo en los ojos de mis hermanos, y el mismo brillo en los tuyos, que, por unas horas, te convertías en otro niño más de la casa, disfrutando con nosotros.
    Sólo quiero terminar añadiendo una cosa más. Quiero decirte que cuando te vas haciendo mayor, cada vez comprendes más a tus padres. Los desvelos, las preocupaciones que les has causado y cómo te han colmado de todo lo necesario para hacer de ti una persona plena en todos los sentidos, siempre gracias, sobre todo, al amor y el apoyo que siempre se encuentra en ellos.
    De hecho, cosas que en su momento no comprendía, ahora sí que se entienden.
    Te queremos papá.
    Manuela Quesada Moya, tu hija “la mayor”, como tú decías.

    Ana María Avilés Fonta de Torreperogil

    Tu fuerza y alegría sigue todavía entre nosotros

    Tus hijos y nietos queremos rendirte este humilde homenaje por todo lo que nos diste, que fueron muchos momentos llenos de alegría e ilusión, acompañada de tu incansable pareja que emprendió el camino antes que tú hacia un lugar desconocido al que todos algún día iremos, un lugar con sólo billete de ida.
    La vida te dio muchas alegrías, y con la compañía de tus hijos y tu marido afrontasteis un futuro marcado por las cosas bien hechas, por el cariño de todos. Seguimos pensando que eras nuestra guardiana, que tu desaparición abrió la puerta a otro mundo, un mundo en el que era impensable entrar con vuestra presencia, todavía y más en estas fechas, recordamos tus nietos, ese poni que, con la complicidad del abuelo, nos hacíais que mantuviésemos la ilusión año a año, navidades que nosotros recordamos correteando alrededor de la lumbre en Nochebuena, todos juntos.
    Te seguimos recordando como fuiste, aquella mujer que luchó por su familia, que aguantó el embiste de una vida marcada por las dificultades que superaste, como esa madre, abuela y suegra, que un día nos dejó para seguir junto a su esposo, en ese lugar donde, como dice Sabina, “habita el olvido”, lugar que ojalá nunca ocupe nuestras mentes y que mantengamos ese recuerdo de nostalgia y alegría que perduraba en casa cuando aún nos acompañabas.
    Sabemos que todavía estás entre nosotros, porque sentimos que la fuerza que tenías aún está presente, de todos tus hijos, nueras, yernos y nietos, te mandamos, estés donde estés, un fuerte abrazo y, sobre todo, el recuerdo de quienes te echan de menos.
    Antonio Rosillo

    Ángel García Gandón de Santisteban del Puerto

    Un hombre ejemplar y adelantado a su tiempo

    El próximo día 9 de enero, se cumple el primer aniversario del fallecimiento, en Villanueva del Arzobispo, de Ángel García Galdón, natural de Santisteban del Puerto, aunque villanovense de pro, ya que, desde los cinco años, residió allí. Ángel falleció como consecuencia de una insuficiencia pulmonar que se le agudizó en sus dos últimos meses de vida. Fue un agricultor nato durante su vida, además de un hortelano consumado, pues poseía su propia huerta.
    Desde que se trasladó a Villanueva, por el trabajo de su padre, que era guarda forestal, se instaló en el paraje de la Sierra de Las Villas, en la cañada de la madera, en el Batán Alto. Allí estuvo junto a su mujer, Dolores Soria, hasta los sesenta años. Después se mudó a Villanueva, en el barrio del Camino Viejo, en la calle Ramón y Cajal, hasta sus últimos tres años de vida, que los pasó en casa de su hija Carmen. Tenía tres hijos: Ángel, Juan y Carmen. Y, también, nueve nietos y cinco biznietos.
    Era una persona muy devota de la Virgen de la Fuensanta y un gran amante del mundo de los toros. Le encantaban, sobre todo, los de su época, como Manolote o El Cordobés. Era muy culto y, pese a nacer hace casi cien años, realizó sus estudios en las denominadas entonces escuelas rurales.
    Pese a su avanzada edad, pues en mayo haría los 96 años, tenía una memoria letal y se acordaba de los años que estuvo en la contienda civil e, incluso, del nombre de las batallas, de los compañeros y de los mandos de aquella dura época. Tenía una mentalidad muy abierta y le gustaba ver cómo la mujer se hacía un hueco en la sociedad, cómo avanzaba y estudiaba. Fue un hombre ejemplar.
    Juan José Fernández

    Antonio Rosillo Figueroa de Torreperogil

    Un luchador que soñaba y creía en lo que hacía

    Desde que uno nace, se encuentra con la soledad de un mundo en el que, sin querer, cada vez se va haciendo más y más grande. Es entonces cuando la caricia de un padre, la sonrisa de una madre y el consejo de un abuelo se hacen más importantes, mejores. Cuando creces, conoces a esa persona que, batallita a batallita, gota a gota de sudor, creó la familia que hoy tienes con esfuerzo y armonía, con respeto. Ese era mi abuelo, Antonio Rosillo Figueroa, un luchador que soñaba y que creía en lo que hacía, al que el destino le esperaba sentado en la Cruz de los Panaderos, divisando la panorámica de lo que un día fue su ilusión y su casa.
    Desde ese mirador, seguro que sigues recordando cómo un día tuvisteis que salir de tu tierra, de tus raíces, para ganarte la vida en Francia, país vecino que tantos llantos y sonrisas acogió durante una época difícil, Fernando, Joaquina, Paqui, nombres propios con historias propias, fruto de tu buen corazón y de tu matrimonio con mi abuela, que seguro te acompaña muy de cerca en ese camino interminable. Un camino firme en el que tus hijos, nietos y demás familia pisaremos, sabiendo que fuiste un señor, paseaste tu nombre Antonio y tu apodo, “Minalla”, con maestría y saber estar, te ganaste el respeto de tus seres queridos y la admiración de quien te rodeaba. En el horizonte, en los días soleados, todavía te distingo entre los rayos de sol del atardecer, con ese bigote rasgado por la sombra de tu bastón, que hacía de tu altura un lugar para albergar esperanzas ilusión y amor por tu gente, por tu familia, ese es el recuerdo que tengo de ti, Papa Antonio.
    Antonio Rosillo