2012, el año en que volvimos al espacio

Desde Jaén. El próximo 4 de octubre se cumplirán 55 años del lanzamiento del primer satélite Sputnik por parte de la Unión Soviética. Este hecho, a medio camino entre el avance científico y la demostración de poder, daba el pistoletazo de salida a una carrera espacial en la que el coloso comunista y Estados Unidos gastarían miles de millones de rublos y de dólares para conquistar el cosmos.

    21 ago 2012 / 07:32 H.

    Hoy, más de medio siglo después, cuando parecía que nuestro interés por el cuelo había decaído en detrimento del suelo, en la actualidad internacional vuelve a hacernos dirigir la mirada más allá del techo de nuestro muro, y buscar, una vez más, esperanza entre las estrellas. Mientras la NASA encontraba cada vez mayores dificultades a la hora de justificar ante el congreso sus faraónicos presupuestos, algunas empresas privadas comenzaban a convertirse en alternativas reales para que Estados Unidos pudiera seguir manteniendo su hegemonía espacial. Es el caso de la compañía californiana SpaceX, que en diciembre del año pasado llevó a cabo los primeros ensayos de su transbordador espacial, coincidiendo con el cierre –a todas luces, definitivo– del área de la NASA dedicada a estos menesteres. Está previsto que, antes de que acabe la década, la nave espacial Dragón sea puesta en órbita por esta empresa mediante su propios cohetes de lanzamiento reutilizables Falcon 9. Esta cápsula está especialmente diseñada para transportar mercancías, provisiones y personal (hasta 7 personas) a la Estación Espacial Internacional. El hombre lleva prestando atención al Planeta Rojo desde que conoce su existencia y su –relativa– proximidad. Ya en los años 60 algunas sondas norteamericanas consiguieron aproximarse a Marte y transmitir datos de su superficie desde poca distancia, y en los años 70 los soviéticos tomaron el relevo y lograron pasarse. Actualmente, algunos satélites orbitan a su alrededor, y la sonda Phoenix lleva desde 2008 haciendo prospecciones a diferentes profundidades de la corteza planetaria marciana. Todas las misiones a Marte emprendidas por las distintas agencias aeroespaciales tenían el mismo objetivo: hallar agua o, en su defecto, pruebas de que en algún momento de la historia del Planeta Rojo ha existido una masa de agua dulce o salada que de un modo u otro pudiera aprovecharse desde la Tierra. En estos mismos instantes, un cohete de la NASA viaja en dirección hacia Marte, transportando en su interior el vehículo de exploración “Curiosity”. Este vehículo, también llamado “Rover”, despegó en noviembre de 2011, y llegará al Planeta Rojo en agosto de este año, con el objetivo de explorar su superficie durante, al menos, un año marciano (dada la diferencia entre las órbitas, dura 686 días en vez de los 365 del año terrestre) en busca de identificar cualquier tipo de trazos biológicos. Además con los datos de temperatura y radiación ultravioleta recogidos, la “Curiosity” podrá arrojar luz sobre una cuestión que el hombre lleva décadas planteándose: ¿Es posible la vida en Marte? El cielo, las estrellas y los planetas han cautivado la atención de la humanidad desde el primer momento en que cientos de miles de diminutas puntas de luz iluminaron las noches del hombre. Por ello, los esfuerzos por conocer más y mejor el cosmos se han sucedido incansablemente. Telescopios cada vez más potentes, puntos de observación cada vez más elevados y planetarios cada vez mejor equipados con esos recursos disponibles hasta hace poco. Pero el 6 de marzo de 2009, la NASA lanzó el espacio, a bordo de un cohete Deltall, el espectacular telescopio Kepler, llamado así en honor del astrónomo alemán del siglo XVII, que precisamente definió, con sus descubrimientos, las características del movimiento orbital de los planetas. La comunidad internacional espera ansiosa el final de la misión del telescopio Kepler, prevista para finales de este año. Una vez concluida, podremos comprobar por fin, como el universo contiene muchos más planetas de los que creemos. La pregunta que queda pendiente, no obstante, es la misma de siempre: ¿Habrá vida más allá de nuestro maltratado planeta?
    Ángel Plaza Chillón