“Y mi madre se fue...”

18 dic 2017 / 08:00 H.

En 1993, escribía una elegía dedicada a mi padre por aquellos años en un programa de cuartilla elaborado en Talleres Grafimed. La huella que dejó en esta hermandad , su ascendencia “pujarera”, su amor al Cristo de la Salud. Nuestra madre, Ana Rosales Gómez, mi querida madre, vecina del barrio hasta su madurez, nos dejó a sus noventa y un años en el mes de enero de 2017. Una gracia de Dios. Era cofrade, pero compartía la devoción hacia el Cristo de la Salud, como aquella anciana que pasaba desapercibida en el templo y Jesús salió a su encuentro. Lavó trajes penitenciales, guardó las ropas de la banda de los años cincuenta del siglo pasado, planchaba las enaguas del trono a ruedas, depositaba los enseres del Cristo de la Salud, rezando el rosario, acudiendo a las citas del quinario, misas y actos de culto y penitencia. No ocupó cargos, pero fue la mujer ideal para un hombre cofrade del Cristo de la Salud. Su Cristo de la Salud era la luz ante todos los actos de la vida, colocando sus plegarias en cualquier momento. Y, sobre todo, nos enseñó a rezar y confiar en el Cristo de la Salud. No olvidaremos aquella tarde de oración en familia por una petición especial. Allí estaba Ella y allí estuvo su Hijo.

Y mi madre se fue. Y se quedó el calendario / en blanco; / y se quedó el veintiséis de enero, con un redondel marcado / y con su último hálito. / Todas las noches, la Mota se colocará su negro manto; / y tu pelele se subirá en su egregio altozano, / a los verdes álamos contemplando. / Tu semilla pervivirá en aquellos que te amaron; / y la gente recordará tus encuentros pasados; / y desde aquella alcoba, y en aquel sillón acomodado, / tu espíritu se desgranará en el rosario diario... / Y mi madre se fue; y el muñeco se vio solo, sin compañía, ni súplicas / fervorosas ni promesas escuchando, / solo, con la sombra / de tu rostro último y lánguido... / y se quedó blanco el calendario. / Y mi madre se fue. Y se quedarán las aguas sin el barco, / juguete y maternal regalo. / Y del hielo quedó seco el césped del lavadero en el verde patio, / la colada manual recordando. / El pozo común de la casa del cura, la vaquería urbana y el balcón / de la calle Rosario. / Y no se escuchó el toque de aquel templo, / ni los desvelos cómplices ni los anhelos cofrades de su amado. / Y mi madre se fue. Y siguió a su Cristo desde el cielo azul y cándido / por sus hijos, sus familias y sus nietos reclamando, / y resonaron las campanas del sanjuanero campanario / sus muchas promesas pregonando, / y resonaron sus ofrendas filiales de plegaria implorando / entre novenas patronales y septembrinos quinarios. / Y mi madre se fue. Y dejo el timón del dulce mando / ofreciendo sus manos de su talante solidario / y su desvelo por todos propagando. /