Una vida plena, sobre todo de amor y de poesía

01 may 2019 / 08:00 H.

No era de Jaén pero se hizo jienense de adopción y aquí ha pasado 54 años. Alcazareño de pro, nos ha dado lecciones de jaenerismo a los que somos de aquí de cuna, porque la suya ha sido una vida plena de generosa entrega a esta tierra en su labor profesional y docente, como pedagogo, y por encima de todo un apasionado de la poesía, poeta brillante y laureado, que ha dedicado su vida a la proyección de la cultura y a la promoción y creación literaria. En este empeño ha puesto su talento, esfuerzo e inspiración. Me refiero a un personaje ilustre que ha dejado la vida terrena, Rafael Lizcano, que no podía haber escogido para morir una fecha tan especial como el 23 de abril, Día del Libro, él que durante décadas creó montones con cariño y dedicación, editándolos en su casa, sacrificando horas de sueño, porque era tanta su actividad que le faltaban horas.

Rafael, al que conocí a mi llegada a Jaén, nació en el bonito pueblo manchego de Alcázar de San Juan, donde la noticia de su fallecimiento fue especialmente sentida porque “Lito”, como le llamaban los más próximos, era una institución en su pueblo natal, con el que mantenía estrechos lazos. Repartió su cariño entre Alcázar y Jaén, pero un corazón tan grande como el suyo era capaz de dar amor a manos llenas. Su cuerpo recibió sepultura en el cementerio alcazareño para reposar con sus ancestros.

El admirado Lizcano, hijo ilustre de Jaén, obtuvo muy joven una plaza de profesor en Huelva, pero no tomó posesión. Vino a Jaén por casualidad. Un encuentro en Madrid, cuando realizaba un curso de Pedagogía Terapéutica le puso en contacto con Ana María Macías, que fue muchos años inspectora de Educación, y que tiró del joven profesor ya que necesitaban especialistas en el Colegio Psicopedagógico Virgen de la Capilla, donde se enroló Rafael en 1965. Ha estado en este centro toda su vida, como profesor y director, dejando su impronta de buen hacer e implicación en favor de los alumnos que necesitaban de una enseñanza específica, hasta el punto de crear un método que llevaría su nombre. Se inició con profesionales como José Esteban, Leocadio Marín, Francisco Muela, Francisco Banqueri, y otros muchos, todos de agradable recuerdo en una institución que fue la joya de la corona de la entidad cordobesa-jienense, porque en esos momentos y hasta hace poco, la labor de CajaSur en Jaén era admirable.

En el aspecto personal, creó una familia numerosa, 10 hijos, y para sacar adelante a su prole recurrió al pluriempleo. Y como siempre fue, y así lo recordamos, un caballero, agradable, con la sonrisa permanente en la cara, afectuoso, generoso por demás, aparte de profesor trabajó como taxista, encuestador, vendedor de libros y no sé cuántas ocupaciones más. Su principal patrimonio, por el que sentía adoración, era esa amplia familia, ya que con hijos, nietos y hasta bisnietos, las reuniones eran de multitud. Bien lo expresó en su poema “Mis hijos por amor”, que terminaba así: “Mis hijos son amor/porque les voy dando la luz para la muerte/ —no existe la esperanza de encender una estrella/o de que brote el lirio de un perfil de roca—, Mas estás tú, mujer, y van naciendo. Me duele porque sé que morirán,/pero ellos son amor y los dejo en tus manos”.

El admirado Rafael, el gran poeta de la generación olivista, nos deja una producción poética asombrosa. A los 15 años, en Alcázar de San Juan, ya publicaba sus primeros poemas y artículos literarios, y desde esa fecha empezó a recibir premios y distinciones. El grueso de su obra es jienense y ha cantado como pocos al olivo, ha participado en homenajes poéticos por la provincia o ha dedicado poemas a temática especial como la exaltación a Dios Padre. Los libros con poesía de los que es autor u otros donde ha participado se cuentan por centenares. También es el creador de más de 200 sonetos acrósticos (uno de ellos lo recibí de sus manos, muy bonito y emotivo) y se calcula su participación en más de 250 recitales. Sus comienzos en Jaén se remontan a la creación del Grupo Literario “El Olivo” junto a otros ilustres compañeros. Era un placer entonces, y siempre lo ha sido, escucharle declamar los poemas con esa voz prodigiosa y esa pasión encendida por el género para el que estaba especialmente dotado. De hecho muchas de sus composiciones son una sublime expresión de belleza.

Recuperé no hace mucho el contacto con él por coincidir en la Asociación Provincial de Cronistas “Reino de Jaén” de la que formamos parte, él como cronista de Espeluy, cuyo Ayuntamiento le concedió tal honor. Además pertenecía a la Real Asociación Nacional de Cronistas. Este colectivo siempre ha valorado sus aportaciones que, en general, fueron en torno al municipio que representaba. Pero también ha sido un referente en la crónica, donde destaca su amistad incondicional con el también desaparecido Vicente Oya, con quien compartió el proyecto del Grupo Literario, con lo más granado de la representación poética.

De su trayectoria por esta vida y de que ha sabido multiplicar los talentos recibidos dan buena cuenta sus ocupaciones, pero también sus aficiones, como el dibujo o la cerámica griega. Presidente de la Institución Literaria Nacional Federico Mayor Zaragoza, en 1998 fue condecorado con la medalla Picasso de la Unesco, que recibió del director general. Era presidente de honor de la Federación Astronómica Flammarion, porque se sintió atraído por los astros, y participó y promovió muchas actividades en torno a esta ciencia. Además perteneció a Claustro Poético, al Instituto Nacional de Pedagogía Terapéutica, y presidió el Sindicato de Escritores Españoles. En 1999 obtuvo la Medalla de Oro de San Isidoro de Sevilla, en el 2000 recibió un homenaje provincial junto a otros destacados escritores, en 2001 le fue concedido el Olivo de Oro por sus compañeros del Grupo Literario, y estaba en posesión de la Medalla del Bicentenario de Bailén y del Premio Provincial Caecilia a las Letras por la asociación del mismo nombre. Recoger su biografía, publicaciones, premios y reconocimientos sería interminable.

Los últimos años se apagaba lentamente el hombre y el gran rapsoda de Jaén. Por un proceso degenerativo de alzhéimer ya estaba aislado de toda esa actividad desbordante. De vez en cuando su familia le abría el ordenador para que escuchara música, y a veces respondía tarareando algunas composiciones y les daba la vida a los suyos. Acabo de escuchar una grabación, relativamente reciente, en la que declama los versos de Juan Ramón Jiménez que me suenan especialmente hermosos, y es imposible sustraerme a la emoción de escucharlo y de volver a tantos escenarios donde le escuché recitar con su destreza, pasión y genialidad : “Novia del alegre corazón grana;/mariposa de carmín en flor; amapola, grito de la vida/amapola de mi corazón”. Es un placer rememorar a un hombre tan querido que se nos ha ido pronto, pocos como él se merecen el homenaje del recuerdo porque tenía un don especial que ha aprovechado. Ha tenido una muerte serena, él que dio tanto amor, lo recibió en abundancia de su familia hasta el final. Muchísimas gracias, querido Rafael, por lo que has hecho y por el legado que dejas. Si yo mandara algo en Jaén tu ejemplar ejecutoria como hijo adoptivo merecería un público reconocimiento. Me quedan los versos de Bécquer: “¿Quién, en fin, al otro día/cuando el sol vuelva a brillar/de que pasé por el mundo,/quién se acordará?/”. Tengo la respuesta, quédate con el amor que recibes de los tuyos en la misma medida que lo has dado; con el cariño de tus compañeros cronistas que lloran tu ausencia, y de una legión de jienenses que te admiran y te recuerdan como el gran cantor de Jaén.