“Un pintor que no fue profeta en su tierra”

12 dic 2015 / 08:00 H.

Si alguien acude al Palacio Provincial, sede de la Diputación de Jaén, a poco que observe en algunos despachos y pasillos, podrá tropezarse con algunas pinturas en las que se ven mujeres de labios rojos y tez morena y algún que otro personaje. Son estas, obras del villacarrillense Cristóbal Ruiz Pulido. Un pintor, destacado paisajista y retratista. De su obra pictórica, muy personal, destaca el retrato que hizo de Antonio Machado, con el que tenía amistad. Era hijo de Antonia Pulido Martínez y Cristóbal Ruiz Martínez y pasó su infancia en Villacarrillo.

Aún adolescente, se inició en el dibujo con Rafael Romero Barros, en Córdoba, y con catorce años ingresó en el curso especial de pintura, escultura y grabado de la Real Academia de San Fernando de Madrid, perfeccionando allí su conocimiento de la pintura academicista de la época con Alejandro Ferrant.

De la capital española se marchó a Francia, donde pudo conocer las vanguardias pictóricas. Estudió un tiempo en la Académie Julian de París con Jean-Paul Laurens. Los años en Francia fueron complejos en lo económico pero fructíferos en lo artístico, pues compartió vivencias y amistad con Modigliani, Picasso y el poeta Antonio Machado, entre otros. En 1911, todavía en París, el pintor conoció a Madeleine, con quien tendría su primera hija un año después. Se instalaron luego en Bélgica y durante su permanencia en Bruselas estalló la Primera Guerra Mundial, lo que les llevó a regresar a casa de los padres del pintor, en Villacarrillo, y más tarde a Madrid, donde Cristóbal Ruiz concluyó sus estudios de Bellas Artes.

De vuelta en España, su creciente producción artística se vería recompensada por los premios obtenidos en los años 1910 y 1920, periodo en el que expuso en el Ateneo madrileño y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. También, de su contacto con los vanguardistas cántabros Gerardo Alvear y Ricardo Bernardo, salieron sus muestras en Torrelavega y en Santander.

Ya entonces su inclinación al retrato y al paisaje se habían hecho evidentes, y su estilo, academicista pero con influencias de las vanguardias, aunque distante de las más radicales experiencias formales, invitaba, en los paisajes, a la reflexión contemplativa, evocando en quien contempla su obra un mundo sereno, silencioso, callado, equilibrado.

Tras un tiempo en la provincia de Jaén como profesor de arte, obtuvo la cátedra de paisaje en la Real de San Fernando. Con Machado, del que, como decimos, conservaba una amena amistad, fue contertulio de San Gregorio en Segovia, reunión intelectual en la que conoció también a otros artistas como los ceramistas Fernando Arranz y Juan Zuloaga, y el pintor Eugenio de la Torre.

Al iniciarse la Guerra Civil se encontraba en Madrid. Allí, junto a otros muchos, participó en salvar de los incendios provocados por los bombardeos sobre la capital sitiada por los sublevados, las obras de arte de distintos museos, así como algunas piezas únicas de la Biblioteca Nacional, colaborando también en su traslado a Valencia y Barcelona. En 1938 se exilió en Nueva York, donde residió algunos años, y desde allí marchó a Puerto Rico, donde fijó su residencia definitiva y fue profesor en su universidad.

El exilio, como a una inmensidad de pintores y artistas españoles, era la única salida. Ya no volvería Ruiz a España ni a su Villacarrillo natal. Tampoco, según sus estudiosos, fue profeta en su tierra. A Cristóbal Ruiz muchos de sus paisanos lo conocen hoy porque el colegio que hay en Villacarrillo lleva su nombre, pero pocos saben que fue una figura importante en el arte español. En sus dilatadas visitas a México, donde residía su hija, pintó otro de sus más reconocidos retratos, el del músico Pau Casals. En España, se conservan obras de Cristóbal Ruiz en el Museo de Jaén, en el Centro de Arte Reina Sofía y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.