Un pintor de talla que nos descubrió el microcosmos del Jaén que habitó

David Padilla Martínez. Su visión del Jaén de sus entrañas era un poco como la de los espejos de la calle del Gato. No porque lo deformara, sino porque, la suya, era una visión diferente de la realidad. Tan fascinante y maravillosa como el mundo de Alicia. Pero sin nadar en las aguas del surrealismo. Él era más de al pan, pan y al vino... tapa.
David Padilla fue un pintor del detalle. Tenía otros registros, pero en su microcosmos de lo diminuto estaba su grandeza creativa. Lo que pintaba David Padilla era Jaén, su Jaén. Su santo y seña en un eterno viaje de ida y vuelta, en el que siempre llegaba, irremediablemente, al punto de partida, no para mirarse el ombligo, sino para poner el dedo en la llaga. A él le inspiraba más el reflejo de una de las torres de la Catedral en un charco, que toda la cantería vandelvirana con sus vidrieras.
La suya era una mirada sublime. Recuerdo, como muchos de ustedes recordarán, el mal trago que pasó David Padilla con su serie de esculturas urbanas que fueron colocadas en diferentes espacios públicos de la ciudad. Una de estas esculturas, “Inercias”, una instalación que se colocó en la Plaza de San Francisco, fue retirada por el Ayuntamiento, en mayo de 2009, según dijo el concejal del ramo, para favorecer la movilidad en dicha plaza. La escultura fue trasladada a las dependencias del Secoem y, como los operarios no fueron advertidos, la entregaron al chatarrero. La España cañí. Genio y figura. Una bofetada al arte. David Padilla confesó que se sentía triste y humillado ante tamaño improperio y daño moral. No era para menos. Además, los 24.000 euros que costó la escultura se convirtieron, gracias al otro arte cañí, el de birli birloque, en pólvora del rey. Poco después, el resto de esculturas también fueron retiradas. Doctores tiene la Iglesia... y la Seguridad Social.
Pelillos a la mar. La única militancia de David Padilla, y así lo aseguró por activa y por pasiva, era la pintura. Estaba convencido de que el arte podía contribuir a hacer de Jaén una ciudad más feliz y más próspera. El mal trago de la incomprensión, la insensibilidad y la falta de respeto, le hizo regresar a sus pinceles, o lo que es lo mismo, a su mundo, que era un espacio de libertad que le permitía disfrutar del proceso creativo, del que, confesaba, jamás debió salir. En el extracto de su currículum, que se incluía en los catálogos de sus exposiciones, decía grosso modo: “David Padilla Martínez nació en Jaén en 1958. En 1976 se marchó a Granada para estudiar Derecho, pero en 1979 dejó los estudios en un segundo plano para dedicarse a su auténtica vocación, la pintura. Entre 1980 y 1985 estudió en la Escuela de Bellas Artes “Santa Isabel de Hungría”, de Sevilla. Una vez de vuelta a Jaén alternó la docencia con la pintura. Su técnica habitual consiste en el uso de tintas industriales sobre papel. Ejecuta el dibujo con gran precisión, sobre el que construye obras de gran realismo, que recuerdan su origen fotográfico, con ciertos tonos de pop art. Sus temas están centrados en los paisajes urbanos, que en el caso de Jaén retrata con una mirada personal, en los entornos de la Catedral y de las tabernas del Arco del Consuelo, poblándolos de personajes anónimos, marginados en ocasiones, que terminan por darle vida y memoria a la ciudad. Para él, el arte era entendido como “un compromiso en la mirada, un guiño social y un tiempo engullido”. Descansa en paz.