Un hombre de una dimensión larga y universal

11 may 2016 / 10:00 H.

El pasado lunes me llegó la triste noticia de la muerte de Félix Martínez Cantos, un cordobés que se hizo jiennense y que se casó con una valdepeñera para quedarse aquí definitivamente y crear una gran familia. Quiero aquí honrar su memoria, porque ha sido una persona muy especial, curtido en cien batallas, siempre inquieto e incansable y un buen amante de esta capital sin renunciar nunca a sus orígenes.

Conocí a Félix Martínez en los años de la transición política, cuando se alistó en las filas de la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido de Adolfo Suárez, y se convirtió en la mano derecha del que fue secretario general en la provincia, Fernando Jurado Méndez, que también nos dejó hace unos años.

Martínez Cantos fue el responsable de la Secretaría de Organización y de Administración, puedo confirmar que hizo un trabajo notable y que estableció relaciones de cordialidad con todas las opciones políticas de aquel periodo histórico, por cuya tarea sigue siendo recordado con afecto y respeto. Le tocó el duro papel de cerrar la sede centrista y custodiar algunos de los documentos de su trayectoria, pero jamás desapareció la persona íntegra que desde el centro ideológico colaboró a establecer un lenguaje de entendimiento y moderación en las relaciones políticas, hoy por desgracia desaparecido.

Ha sido también un competente funcionario público, colaborador en prensa, especialmente en Diario JAÉN, donde fueron célebres, durante años, las relaciones epistolares con el también centrista Fernando Arenas del Buey, artículos muy bien escritos, con mucho estilo y abordando una temática muy diversa, la mayoría de las veces inspirada en el acontecer jiennense.

Hace unos años tuvo que afrontar una delicada situación de salud, de la que por fortuna salió airoso. Durante mucho tiempo se le veía pasear por la ciudad, una ruta que repetía cada mañana y en la que hacía frecuentes paradas porque era una persona conocida y disfrutaba con la conversación, sobre todo cuando en ella se pasaba revista a unos años de los que sentía nostalgia, al tiempo que era pesimista sobre el papel actual de la política y de los políticos. Más recientemente, cuando se sentía plenamente recuperado de la cornada que le dio la vida, volvieron los problemas de salud que a la postre nos lo han arrebatado, a los 72 años, cuando aún tenía muchas cosas que hacer y que decir. Siento profundamente no haber podido despedirme de quien fue un gran amigo con el que hablé en numerosas ocasiones, hasta el punto de que creo haberlo conocido como pocos, pues sé de su trayectoria política, pero también mucho de la persona y del personaje, de sus preocupaciones y sus inquietudes, que tantas veces compartimos, de los buenos y los malos momentos, de su lucha contra la adversidad, de su carácter abierto y de su sonrisa franca, de sus tremendas ganas de sentirse útil. Se nos ha ido en definitiva una buena persona, un cordobés que estaba enamorado de Jaén y que soñaba con una ciudad de progreso y de esperanza. Siempre estará en mi memoria como alguien singular, uno de esos tipos del que se puede tener el agradable recuerdo de haberlo conocido. Descansa en la paz que mereces.

Aunque no ejercía de cordobés, porque los años y su mucho amor por Jaén le habían limado las geografías, nunca perdió su esencia senequista, esa que se mama en la cuna y, como la piel que habita, se lleva puesta de por vida. Yo admiraba su entereza y su sentido del humor. Y como escribí en la entrevista que le hice, publicada en Diario JAÉN el 27 de septiembre de 2015, la vida le sirvió dos tazas de zumo de guadaña cuando ya estaba jubilado, que es cuando se activan los achaques de verdad. La primera taza, un cáncer en el pulmón derecho, del que se recuperó tras operarse en Navarra. Y cuando creía que la del cangrejo era agua pasada, la vida le sirvió una segunda taza, con un cáncer en el pulmón izquierdo, del que también se operó. Félix mostraba con orgullo las dos enormes cicatrices que tenía en la espalda, tras los pulmones. Entonces le salía el más ilustre de los sénecas cordobeses: “La zona del pecho que me queda limpia es el centro, donde se aloja el corazón, porque yo he sido una persona de centro, de Unión de Centro Democrático”. Y se reía a carcajadas.

Traigo esto a colación en este obituario, porque el arma de Félix ante la adversidad era su enorme sentido del humor: “Gracias a Dios —decía— me río de todas estas cosas de la muerte. La risa es la mejor terapia. Al principio me sorprendía a mí mismo y me preguntaba cómo era posible que me riera de esto que me pasa tan grave, pero reírme de lo que ocurre es lo que más me ayuda”. Y añadía: “Eso no quiere decir que, por las noches o cuando nadie me ve, se me caigan dos lagrimones”.

Genio y figura. Félix Martínez Cantos nació en el barrio de los toreros cordobeses, el de Santa Marina, de la Puerta del Rincón, justo al lado de las murallas de la sempiterna Córdoba la llana. Confesaba que le gustaba el género epistolar que cultivó con su amigo Fernando Arenas del Buey, “Boabdil”, para los lectores, como el rey chico, y Félix era “Almutamid”, como el rey de Sevilla. Ambos se divertían con sus epistolarios de ida y vuelta, que se publicaban como artículos periodísticos en Diario JAÉN. Todo un lujo.