Soneto a tu memoria

31 dic 2016 / 08:00 H.

Quiero empezar el día celebrando tu cumpleaños, ese 29 de diciembre en el que hace 83 años llegaste a este mundo y de los cuales he podido compartir casi 19 a tu lado. Hoy ya no puedo decirte estas palabras físicamente, porque ahora estás allí, en el cielo, contándoles tus historias a todos los amigos que habrás hecho en ese increíble lugar. Esas historias que marcaron tu vida, que te hicieron ser fuerte y que te convirtieron en la maravillosa persona que fuiste. Esas historias que era genial escucharlas, porque me hablabas de ti, me hacías entender que el mejor abuelo del mundo sí existía y era el mío. Ahora miro hacia atrás, los años que pasamos juntos y que me hacen regresar a esos días maravillosos que atesoro en el alma. Gracias por ser quien me inspiró a perseguir los sueños que un día decidí que quería alcanzar y que sin duda me han ayudado a convertirme en la mujer que soy ahora. Fuiste tú quien me impulsó a ir más allá de mis límites a través de tu ejemplo como ser humano. Contigo aprendí tantas cosas, me enseñaste a ser fuerte en la vida, con esas palabras llenas de sabiduría y me enseñaste a reír con tus interminables travesuras, porque eras como un niño pequeño, adorable y fantástico, que hacías feliz a cualquier persona que estuviera a tu alrededor, tenías una magia que solo tú sabías usarla para cautivar a toda la gente que te queríamos y disfrutábamos con tu presencia. Recuerdo que no le tenías miedo a nada y por eso admiro tu valentía en la vida, a pesar de todo lo pasado y vivido. Mamá dice que cuando ella era niña, eras un hombre duro en la disciplina, pero muy amoroso en tu trato hacia ellos. Ese amor lo extendiste hasta tus tres nietos, sin duda alguna, pues cuando yo nací hasta mis 19 años, en los que ya no estabas conmigo, fuiste fuente de una infinita ternura. Bastaba ver tus ojos chispeantes para adivinar que tenías el alma de un niño capaz de sacarle una gran sonrisa a cualquier persona.

A pesar de que ya estabas muy decaído por tu enfermedad, esa enfermedad que te acompañó durante 11 años y de la cual nunca te rendiste, siempre tuviste un motivo para seguir adelante, un motivo para sonreír. Tu mirada brillaba cada día y me decías que en la vida solo existía el día de hoy para hacer lo que nos hiciera felices y que razón tenías... Hoy sé que esa fue tu despedida y cada palabra quedó grabada en mi memoria y mi corazón. Gracias por las sonrisas, las historias, los abrazos, las travesuras, los besos y, sobre todo, por la forma de quererme durante tantos años. Gracias abuelo, por enseñarme a vivir. Siempre te recordaré, yayo. Te quiero.

En toda persona debe ser normal,/ ser útil a toda su comunidad./Buscando siempre la utópica igualdad,/ e intentar, que con los prójimos, sea real.

Pasaste por esta vida terrenal,/ procurando servir a la sociedad./ Con tu trabajo, responsabilidad,/ conseguiste este fin social principal.

Cumpliste con familia y sociedad./ Y en tu vivir, no cupo el menor mal./ Dando: trabajo justo, empleo y jornal.

Si así viviste ten por muy seguro,/ que la muerte carnal, no será el final,/ sino el principio de una gran paz total.