“Serán los pobres los que te echarán de menos”

10 nov 2016 / 08:00 H.

Trabajoso ha sido esta vez superar el temblor que bloquea ante el folio en blanco, pero gozoso cuando, de pronto, desde lo más profundo del hontanar limpio y sereno del alma, comenzaron a brotar las palabras desatadas, los recuerdos agradecidos y casi me parecía ver los rosados dedos de la aurora vibrante y luminosa. Si tanto me ha costado arrancar este obituario de Ascensión Toledano Martínez, más confortada ha quedado el alma al acabarlo. Ascensión se nos iba y cuando la vi por última vez creí oír aquellas palabras de San Agustín: “La muerte no es nada; sólo pasar a la habitación de al lado. Os espero”. Se nos fue en un desapacible, frío y nublado día de noviembre que nunca olvidaremos, al igual que no olvidamos el cuatro de mayo. Desde ahora, “cada nueve de noviembre, como siempre sin tarjeta, no olvidaremos mandar un ramito de violetas” y elevar una oración al cielo.

Ascensión Toledano Martínez nació en la primavera de aquel incierto año de 1930 en esa calle tan vivamente jaenera, el Pilar de la Imprenta, escenario de su infancia y juventud, por aquellas calles que bordean la Catedral por las que conoció a quien sería su esposo, Antonio Borrego, un alumno de Magisterio a quien el padre Villoslada envió como profesor a las incipientes escuelas de SAFA en Andújar. Y en esta ciudad tan blanca y tan bella levantaron su hogar y vivieron siempre, aunque los años nunca borraron de su alma jaenera, ni aquellas tardes de Jueves Santo en San Ildefonso en las filas de nazarenos de la Vera Cruz, ni las madrugadas moradas esperando la salida de “El Abuelo”, ni aquellos días grandes de finales de agosto, con sus vísperas, solemnidad y octava, celebrando la fiesta de la Divina Pastora, la devoción más entrañada en sus ancestros familiares.

Pero al llegar a Andújar se entrañó en la ciudad en la que vivió el resto de sus años y en la que cuajó los dos trazos, con su trama y urdimbre, que conformaron su vida entera. La trama no fue otra que crear el hogar, una familia junto a su esposo, Antonio Borrego, entregada a la educación de sus hijos. Primero llegó Antonio Ginés, hoy militar de alto rango retirado; después llegó Bienve, metida en el mundo farmacéutico; después, Mari Carmen, que pronto se le fue al cielo; por último, Andrés, mi amigo y hermano, que siguió los pasos de su madre en la entrega a los más pobres, siendo el primer diácono permanente ordenado en la diócesis de Jaén. Y sus nietos y biznietos. El Señor la premió llevándosela después de la boda de una de sus nietas y del bautizo de un biznieto estas últimas semanas. Y la urdimbre de su vida fue su fe profunda, vivida en comunión parroquial, primero en La Divina Pastora, después en Santa María. Pero siempre buscando el trabajo junto a los pobres en las Conferencias de San Vicente de Paul, en Cáritas, en el voluntariado de la residencia de San Juan de Dios, apadrinando algún niño desconocido, recomendado por el colectivo Vicente Ferrer. Y, en los últimos años, buscando el solaz y la serenidad dedicando su tiempo a rezar en la Adoración Nocturna, a apoyar los grupos de “Vida Ascendente”, alimentándose con la eucaristía diaria y el rezo del rosario, pero siempre con la mirada de reojo a los más pobres de entre los pobres. Acabo con esta recomendación que nos daba San Agustín: “Enjuga tu llanto y no llores si me amas. Una lágrima se evapora, una flor sobre mi tumba se marchita, mas una oración por mi alma la recoge Dios”. Gracias, Ascensión, por tu vida. Nos vemos allá arriba y no dejes de decirle al Señor que no deje de echar un ojo a esos tantos pobres que te echarán de menos.