Rafael Hidalgo, el caballero

    02 dic 2019 / 08:00 H.
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    Hace un mes nos dejó Rafael Hidalgo, una persona muy conocida y querida en la zona Renfe de Jaén y, especialmente, muy querida por mí. Rafa, te echamos de menos. Te conocí en el peor momento de tu vida y ni ahí eras pesimista, ni ahí le dabas demasiado importancia a las cosas materiales. Me sorprendió encontrarte así, tan conversador, tan espiritual, tan ilusionado, cómo si la vida no te hubiera golpeado como lo había hecho. Dormías en la calle, sin más pertenencias que algo de ropa y un petate, me senté en tu banco y comenzamos a hablar.

    —¡Ah! ¿Tú también eres de Córdoba? ¿Y cómo acabaste aquí?

    Y con esa labia, que de todo sabías y de todo opinabas.

    —¡Ah! ¿Trabajabas en una radio? Te pega mucho. ¿Y después de comercial? También te pega.

    Cariñoso con mis niños

    —¡Ah! ¿Qué tienes un hijo?

    Y, entonces, esa mirada orgullosa y nostálgica, triste por la distancia, y me hablaste de él por primera vez, de su carácter, de sus relaciones, de su colegio y del deporte que practica. Recuerdo que te dije: “Pero si a todos los niños les gusta el fútbol”, y me contestaste con una sonrisa satisfecha: “Sí, pero él es especial”.

    Y así, poco a poco, en diferentes conversaciones, fui descubriendo a una persona con un gran mundo interior, culta, educada, con un brillante pasado, un presente gris y un futuro lleno de interrogantes. Algunos, vimos ese algo en ti e intentamos borrar esos interrogantes y convertirlos en certezas positivas. Intentamos ayudarte a pasar ese bache de la vida y quiero pensar que lo conseguimos bastante, porque verte progresar nos llenaba.

    Llegó un día en que la tortilla se dio la vuelta y fui yo quien te necesitó. Mi abuela cayó enferma y ahí estabas tú, cuidándola con un cariño y una ternura increíbles, volcando en ella un amor que te sobraba, acompañándola hasta su último día.

    —Pero Rafa, si ya está en la residencia, no hace falta que vayas...

    —No puedo dejarla sola. Sé que está bien cuidada, pero quiero ir a verla.

    Nunca lo olvidaré, te lo dije y te lo repito.

    Disculpen ustedes que no dé más datos, pero creo que no es necesario para esta despedida, ni para este alegato a la decencia, y tengo la obligación de salvaguardar su privacidad y la de su familia. No siempre fuiste tratado justamente, ni con amabilidad por todo el mundo, pero espero y supongo que eso lo habrás echado en el cubo del olvido. Eres grande, eres un caballero, siempre lo has sido, y lo sabes. Lo sabemos.

    Quédate con tus amigos, tu hijo, tu familia, la gente que te quiere y emprende tu último viaje. Ya me contarás lo que hay por ahí cuando vaya. Serás un buen anfitrión.

    Obituarios