“¿Quién juega?” o la historia de una afición que duró hasta el último aliento

21 dic 2019 / 08:00 H.
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A mi abuelo, Paco “El Cochero”, le gustaba el fútbol sobre cualquier otra cosa. Era más madridista que don Santiago, pero, fiel a su carácter recto nunca quiso reconocerlo. Yo siempre lo supe, a pesar de ello: sus protestas a favor del conjunto blanco, nada airadas, sino comedidas hasta el extremo, en cualquier partido, le delataban. Durante muchos años intenté pillarle —“abuelo, dime la verdad, tú eres más madridista que todos los que estamos aquí juntos”—, pero sin éxito. Sin embargo, hace no mucho, cuando ya apenas recordaba caras y nombres, pero aún se advertía un atisbo de lucidez en su proceder, llegó a confesármelo sin darse cuenta. “Abuelo, ¿tú de qué equipo eres?”, pregunté yo, con toda la inocencia de mis treinta años. “Ea, yo... del Real Madrid”, respondió él vagamente, como si todavía le costara reconocerlo, desnudarse en algún sentido.

De su frustrada carrera como futbolista, contaba que antes de cumplir los veinte años era, de largo, el mejor extremo derecho del pueblo y que si no llegó a jugar nunca en el Torredonjimeno, fue por culpa de cierto responsable arrogante del club que vetó su ingreso en el mismo tras atribuirle la autoría de no sé qué canallada, a pesar de que, según mi abuelo, aquel individuo era “un mentiroso que la había tomado conmigo”. Tiempo después, según me decía, logró demostrar su inocencia ante el pamplinas este. Por aquel entonces, yo ya dudaba de la veracidad absoluta de la historia, igual que ahora, tan propenso como era él a la exageración y el narcisismo, pero siempre la escuché con atención: era la única forma de llegar a echar una ojeada al interior de su espesa coraza.

Paco “El Cochero” murió el pasado 2 de septiembre —96 años tenía—, pero hacía ya bastante tiempo que había dejado de ser Paco “El Cochero”. Se trató aquella de una última etapa brumosa en la que, sin embargo, terco, como siempre, no dejó de resistirse a irse del todo. Yo, de hecho, sabía cómo invocarlo. Me colocaba a su lado, me acercaba ligeramente a su oído derecho y, de forma decidida, le decía, a pesar de que solía ser mentira: “Abuelo, hoy hay fútbol”. Al momento, giraba de forma instintiva la cabeza hacia la tele y, con la cara iluminada, preguntaba, a pesar de que en realidad estaba ya casi ciego y casi sordo: “¿Quién juega?” Y yo juro que, por un segundo, volvía a ver en su gesto un destello de Paco “El Cochero”. Lo que en esos escasos segundos pasaba por su cabeza sólo él lo sabía y con él se fue. A mí me gusta pensar que, quizás, callado y quieto, comenzaba a repasar las mil y una jugadas que sus retinas habían ido registrando en su memoria a lo largo de siete décadas, las experiencias vividas durante incontables horas de transistor balompédico y puede que también el último partido que allí, en el salón, vio sentado junto a su nieto.

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