¿Por qué, amigo paco?

10 ene 2020 / 08:00 H.
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Jaén ha perdido el eco más cabal y auténtico del aficionado flamenco. Hace años, mi amigo Paco Cañada —coloquial y familiarmente “Paquillo el del Puente”— me anunciaba que un gaditano de real prestancia, escritor, poeta y de compás parido en un barrio de salada claridad, llamado Fernando Quiñones, se nos había ido en eterna despedida.

Qué malito estoy

la muerte a mí me refiere

y los médicos no le hacen caso. ¡Ay! Que malito estoy!

Ahora, otro aficionado, también cabal y amigo, es quien me anuncia tu adiós. Y yo quiero decirte que no puede ser, Paco. Pero, si recientemente estuvimos escuchando a Carmen Linares en un recital, ahí mismo en tu Jaén. ¿Recuerdas, Paco?, ¡Qué personalidad cantaora! Y Carmen deshojando las hojas de su arte. Paco y yo, ya la conocimos en los comienzos de su andar artístico. Y de cómo, en noches memorables, recibía con su voz a la señora del grito, la siguiriya.

Paco y yo hemos sido desde aquellos años 70, cuando nos conocimos, dos aficionados exigentes. Sí, nuestras miradas se cruzaban en cualquier actuación de cantaor o cantaora, de personalidad definida o nueva en el ruedo flamenco. En nuestros ojos iba siempre la aprobación o no de ese estilo de difícil ejecución, que había entrado en el conocimiento y formas de una garganta al haber asumido —ese intérprete—, el compás, tono y medida que se necesitaban para decirlo.

Y como buen aficionado, la discografía de Paco era rica y variada. No faltaban cantaores de larga y añeja leyenda histórica, junto a jóvenes que empezaban a demostrar su saber a la vez que sus facultades ya ofrecían capacidades para la recreación desde nuevos conceptos musicales, pero buscando la ortodoxia, como esencia para definir lo que se ha pretendido llevar a cabo.

Era Paco, además, un ser entrañable. De corazón abierto, de honesto talante, de valores personales, de sonrisa entreabierta para hacerla más verdadera.

Hoy la tristeza, nuevamente, se cobija en el recuerdo. Y en ese recuerdo, desde el dolor que nos acompaña, será el verso quien cruce mirada y palabra para hablar sin decir nada. En un sollozo sin lágrimas.

Aquel cante quedó dicho.

¡Ay! Qué dolor tiene la pena!

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