“Nuestra Señora de la Capilla habrá dispuesto un lugar en su regazo para él”
El 29 de enero rendía su vida ante el Altísimo don Manuel López Pérez, insigne cofrade y “alma mater” de la Academia Bibliográfico-Mariana Virgen de la Capilla. Desde unos meses antes íbamos conociendo el inexorable discurrir de la enfermedad de Manolo. Y fue dura la llamada del deán para comunicarme el inminente desenlace y pedirme que lo encomendara. Así lo hice. Encomendé su alma a Dios, recé un rosario por él y pedí a San José, patrón de la Buena Muerte, que le concediera sosiego en la hora postrera para llegar ante Nuestro Señor con la misma paz que transmitía su voz al hablar o su semblante de buen hombre.
Y es que Manolo se ganó a pulso estar con Él, pues su inconmovible fe tuvo que dar fruto y fruto en abundancia. Cuando presenté el libro de Ramón Guixá rememoré aquellas palabras suyas en San Bartolomé al preguntarte por su salud, minutos antes de comenzar la misa de acción de gracias que sirvió como homenaje de la cofradía expiracionista a Luis Escalona: “En manos de Dios estoy. Que sea lo que Él disponga”, por lo que me viene a la mente el pasaje del Evangelio de San Mateo cuando Jesús cura al criado del oficial: “Os aseguro que en Israel no he encontrado a nadie con una fe como ésta”. Sí. El Señor le tuvo que decir en enero esas palabras cuando compareciera ante su Tribunal. Sé que Manolo vivió su última enfermedad con idéntica actitud cristiana con la que guió su vida. Por eso, cuando el Señor lo llevó a gustar de su Cruz creo firmemente en que Manolo se consideró hijo escogido suyo pues por el dolor (y no solo el físico) Cristo continúa su obra redentora a través del que sufre, pudiendo entonces decir con san Pablo: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia”.
Pero no quiero hacer un obituario, no. Quiero en estos momentos felicitar a Manolo por su “dies natalis”, el verdadero y auténtico cumpleaños. Y es que el pasado mes de enero nació definitivamente para el Señor, pues la muerte para nosotros (para él) es el principio, porque creyó siempre sin dudas de ningún tipo que la muerte vendría en el tiempo, en el lugar y de la forma que más conviene para llevarnos a la Patria donde la agónica mirada del Señor de la Expiración; la profundidad de la de Jesús Nazareno en plena aceptación de la voluntad del Padre o la serena mansedumbre del Cristo de la Buena Muerte (sus amadas advocaciones) se han transmutado para siempre en claridad eterna, la misma que nace de los maternales ojos de Nuestra Señora de la Capilla que (a buen seguro) habrá dispuesto un lugar privilegiado en su regazo para su alma de buen hijo. Además, gozó de un hermoso tiempo de purificación antes de presentarse ante Dios con sus manos limpias, quizá cargado con un buen puñado de folios bajo el brazo para empezar a escribir la crónica del Cielo, pues estoy convencido de que alguien hacía falta que escribiera allí, con el rigor y el apasionamiento con que lo hizo aquí.