Música de paz celestial

Hoy, día 7 de febrero, es un día especial, un día diferente, un día que no es un día más. Un día en el que deberían callar todas las músicas del mundo. O tal vez sonar todas a la vez. Todas las trompetas afinad sus acordes, sonreír al horizonte y componed la mejor de sus melodías, para inundar el cielo de música celestial. Allí, en ese bendito lugar en el que nos esperas, paciente como siempre, sonriente como siempre, amable como siempre, seguro que todo suena un poquito mejor. Allí, ya no te preocupas de todos esos problemas que abruman este tu mundo, este tu país, este tu Jaén y ese tu Villargordo en el que nadie te conoce mal alguno.
Seguro que te sigues tomando con buen humor los desbarajustes de la casa blanca futbolera, seguro que ya no te escuece tanto que gane el Barsa; fíjate si eres buen abuelo que hasta por tu nieto eras capaz de disfrutar de las victorias de tu “enemigo” catalán, todo por tu gente, todo por tus nietos, todo por la paz y la felicidad. Te estarás desternillando de risa, tú con tu impecable saber estar, de ver en los mentideros políticos gente sin cumplir los principios de básicos del saber estar y una buena policía (orden y aseo), con indumentaria más próxima al botellón que a unos representantes nacionales. Vaya panorama político tenemos por delante. Hablar de ti, don Francisco, es coger el diccionario de sinónimos y teclear buena persona, y ponerlos todos, con algún que otro verbo y un par de sustantivos, de por medio. Son tópicos, pero en tu caso reales, verídicos y empíricamente demostrables: nadie puede hablar mal de ti, nadie te encuentras que le hayas hecho un acto de mala fe, nadie deja de lamentar tu irremediable, pero temporal, pérdida. Y tu gente, más. Me gusta incluirme en tu gente, porque nuestro tiempo en común ha sido relativamente breve pero intenso, sin tener una relación de lo más expresiva cada vez que tenía el honor de verte, hacías que sintiera un halo de paz, me dabas un punto de tranquilidad y aunque en ese mismo momento rozara mi propia exasperación, ahora desde la calma veo que es el camino para lograr el equilibrio. La paciencia como vehículo principal para solventar los problemas, el amor infinito e incondicional a los tuyos, la sonrisa como medio primordial para la paz. Pues por aquí abajo, como tú bien sabes, todo sigue lo mismo; tus amigos esperan tu llegada a la partida, tu esposa, sigue luchando cada día por encontrar un objetivo para levantarse, ya sabes que para la mujer más que su media naranja eras naranja y media, pero se está acostumbrando y hace sus mandados, cuida de los nietos así como hacías tú, y reclama ver a sus nietecitas así como tú gustabas hacer; te echan de menos, mucho, cómo hacías tonterías sin rubor alguno por conseguir sus sonrisas, cómo te tirabas al suelo con ellas por lograr su felicidad, cómo te las llevabas al Colón para poder escuchar sus aventurillas. Tus hijas, luchando todos los días para que llegue el siguiente, y aquí uno que siempre brinda hacia el cielo para tenerte presente, siempre que entra en tu portal y mira ese fatídico lugar se me enducece el estómago, siempre que me levanto me tomo las pastillas de la tensión, como bien me “ordenaste” antes de partir. Tu hija María del Carmen no hay día que no tenga que ocultar una lágrima, no hay momento en el que no te tenga presente. Te admiro por lo que has conseguido como padre, eres mi ejemplo a seguir porque si logro que mis hijas sientan por mí la estima que la tuya te tiene, habré logrado el objetivo. Todos los días tengo la arrogante presunción de intentar que olvide tu marcha, pasar ese trago, pero tu hueco es tan tan grande... Sigue allí cuidando de los tuyos, ya tienes a tu hermano para echar unas charlas, te veremos, más tarde que pronto, esperemos, y nos abrazaremos porque allí en el cielo no hay varetas que cortar, ni hay motivos para mirar hacia otro lado, solo te sirven esos solomillos ricos de El Recreo, el Madrid siempre gana, la gente es feliz como tú quieres y nadie ya te hace sufrir. Nos vemos, señor don Francisco.