Luchador de mil batallas

07 abr 2020 / 08:00 H.
Ver comentarios

El pasado 24 de marzo, recibíamos la triste noticia. Nos decía adiós nuestro compañero, Luis Felipe Martínez Sillero. Se ha ido en tiempos oscuros, en los que se despide a los amigos y seres queridos desde el alma, sin presencia, sin abrazos. Pero el recuerdo de nuestro veterano compañero de 87 años, sin duda vence a la oscuridad y alumbra una luz cegadora.

Madrileño, nacido el 20 de noviembre de 1932, fue un hombre que se hizo jiennense a los 22 años. Estudió como alumno libre en la Facultad de Derecho de Granada, obteniendo la licenciatura en 1957, el mismo año en el que se incorporó al Colegio de Abogados de Jaén, ejerciendo desde entonces ininterrumpidamente la abogacía en su rama de derecho de la circulación y seguros, de forma preferente.

Si las cuentas no fallan, han sido sesenta y tres años vistiendo la toga y dignificando la profesión. Austeridad, rectitud, profesionalidad son los primeros calificativos que asoman a mi mente para definir a un abogado por los cuatro costados, al que el tiempo y la experiencia convirtió en un sabio.

Traje gris, un largo abrigo y su eterno sombrero calado, que trascendía a modas y modismos, es la imagen que conservo en la retina de nuestro compañero. Un amigo de sus amigos, su timidez se confundía con la seriedad, pero Luis Felipe era todo corazón, la diferencia generacional no suponía ninguna traba para relacionarse con él.

Caballero y luchador curtido en mil batallas. Siempre en pie, nunca se rendía. Ni la falta de su compañera Pepita en el año 2008 logró pararlo, aunque sí se le hacía largas las noches sin sueño que llenaba componiendo puzzles de miles de piezas. ¿Pero a eso te dedicas? El respondía: ¿Qué quieres que haga si ya tengo los juicios de la mañana siguiente preparados? Su semilla perdura entre nosotros, dos de sus tres hijos, Luis Felipe y Begoña, son compañeros nuestros, que pueden presumir de padre y de maestro y que han bebido de la fuente de esa abogacía de raza, basada en principios como la lealtad, el compañerismo y el respeto, la de esos abogados antiguos y vocacionales, que el tiempo nos va quitando, pero cuya memoria representa nuestro gran tesoro que no podemos perder.

En el año 2005, a propuesta del Colegio de Abogados, presidido por entonces por el decano Javier Carazo, le fue concedida por el Ministerio de Justicia, la Cruz distinguida de Primera Clase de San Raimundo de Peñafort, que adornaría su vieja toga. Fue sin duda un justo reconocimiento a una larga carrera, que para ejemplo de todos aun iba a continuar quince años más.

Recuerdo el día en que, en una de aquellas conversaciones pausadas y tranquilas, ante una copa de vino en un bar de la calle Navas, le dije que me iba a presentar a decano del Colegio de Abogados. Sus palabras fueron “que Dios me dé vida para poder ir a votarte”. El 20 de diciembre, día invernal donde los hubiese, apareció mi amigo Luis Felipe en el Colegio de Abogados, con sus ochenta y siete años para ejercer su derecho al voto. Las circunstancias impidieron que el trece de marzo le pudiera dar un abrazo con la toga de las puñetas blancas, momento con el que soñaba desde que fui elegido decano.

En estos momentos duros que estamos viviendo toda la sociedad, apelo al recuerdo de nuestro viejo compañero, para que nos sirva de guía y ejemplo, nunca se rindió y nunca nos rendiremos. Nada pudo con él, salvo el maldito virus que llegó de forma traicionera, porque de medirse con Luis Felipe en los tribunales, el covid-19 hubiese perdido el pleito con costas.

Y termino como empecé, dibujando a Luis Felipe Martínez Sillero, con su eterno sombrero y quiero pensar que el día 24 de marzo, más de dos mil abogados y abogadas de nuestro Colegio se pusieron de forma simbólica el sombrero, por una sola razón, para
poder descubrirse al despedir a nuestro compañero. Hasta siempre, Luis Felipe. Defiéndenos desde el cielo.

Obituarios