“Fuiste una maestra vocacional”

14 dic 2015 / 08:00 H.

En una casa del último tramo de la calle Veracruz, esquina junto al Callejón del Horno, sede actual de la sede de la Hermandad del Ecce-Homo todavía se conserva el ambiente rural, en las viviendas de dos cuerpos y un pajar, reformadas a finales de siglo XX. Frente a ella, hay una hornacina que recuerda ser una casa de la capellanía de la Virgen de las Mercedes. Allí, hace años, vivió una mujer de cabello rubio, paciente y buena en el buen sentido de la palabra bueno. Siempre que me acercaba a ella, parecía como si me encontrara con ella por los años setenta, cuando acudía o iba en busca de su hijo Casiano. Y me preguntaba por qué la llamaban maestra y era mi maestra del colegio de la Sagrada Familia, cuando yo vivía tan cerca. Y me encontraba en medio de esos devaneos, cuando me vinieron los recuerdos de aquella mujer entregada a sus dos hijos, José Antonio y Casiano, y a su marido y en servicio de la cultura de las clases más desfavorecidas.

Y es que Pilar Flores Jiménez fue una adelantada a su tiempo dentro del mundo rural. Nació en el entorno de la Cañada del Membrillo. Allí, en los primeros años de su vida aprendió a leer de manos del maestro garrotero El Guitas.

Pero, la diáspora de la Guerra Civil la hizo emigrar a tierras republicanas y se alojó en Villarbajo (Martos). Allí, recibía cartas de su hermano Julián, que se encontraba en el frente de Madrid. Fue, con motivo de la respuesta de una misiva de su la familia que leía su hermana Mariana. Ni corta ni perezosa quiso acompañar con algunas letras aquel mensaje y escribió con puño y letra a su querido hermano. Después, se vino a la casa de su tío en la calle de los Caños. Allí topó con José Jiménez, su futuro novio.

En los años cincuenta, se frecuentaba que los niños más humildes del barrio se marcharan, tras su etapa de Primaria, a realizar los estudios Secundarios al Seminario de Baeza; mucho fueron los llamados y pocos los escogidos, porque, a las primeras de cambio se dejaron llevar por los nuevos aires de su madurez o de la nueva sociedad y abandonaron la sotana. Para aprobar el curso de Introductorio, se necesitaban un sobreesfuerzo de clases extra en aquellos chiquillos que algunos no habían cumplido los diez años. Pilar los preparó a muchos de ellos, pero, no todos se fueron al Seminario. Es raro es el cincuentón o sesentón que no aprendió con ella sus primeras letras.

Pero llegaron los setenta, cuando se inauguraron las escuelas comarcales del Coto. Se imponía la enseñanza reglada, y pública... Pronto, Pilar solo podía dar clases en verano para acompañar con su trabajo a la hacienda familiar, pues su marido marchó al extranjero. En verano acompañó a sus hijos a compartir la labor en Alemania, la escuela, la reliquia del barrio tocó a su fin. Transmitió a sus hijos la pasión por la escuela. Se hicieron maestros Casiano y José Antonio. El primero se fue como otros niños al Seminario, como ella quería.

De la casa salió Pilar. Quedó ahíta de la pena por la pérdida de tantos años en aquellos rincones, con sus vecinas Encarna, Mari y las familias del barrio como los Lopera... Se fue a un piso de la Huerta de Capuchinos, y llenó su pared de cuadros de pintura naïf, a la que se aficionó gracias a Carmen Esteo y el venezolano Pedro Segovia. Me regaló un cuadro para el museo del Pujarero, un labriego con una trilla, A sus noventa y dos años, se nos ha ido su alma generosa. Paciente y amorosa era un ejemplo más de las mujeres del barrio.