“Fuiste un gran padre y un incansable maestro como corredor de fincas”

23 mar 2016 / 09:20 H.

Se le conocía como Juanito “El Correor”. Triste amanecer, duro despertar, imposible de asimilar el alba del fatídico 21 de noviembre de 2015, día en que la consecuencia más trágica de la vida se llevó a la persona más grande que jamás conocí, el mejor padre y el mejor amigo que una persona pueda encontrar. Esa amarga mañana y después de meses sin llover, cayeron las lágrimas de Dios en forma de lluvia, no sé si de tristeza por tu marcha de la tierra o de alegría por tu llegada al cielo donde tendrás, sin duda alguna, el mejor sitio. No hay silencio que él no entienda, ni tristeza que él no comprenda, no hay amor que él ignore, ni lagrimas que él no valore.

Nacido en el año 29, en una humilde y numerosa familia, tercero de siete hermanos, niño sin infancia, como la gran mayoría de su generación, críos que antes de poder jugar y soñar aprendieron a trabajar y, para más inri y haciendo un inciso a una canción, les pilló la postguerra, dura juventud, sacrificio, lucha, sudor, lágrimas, frío y desazón que nunca pudieron con él, sino, que a pesar de las penurias y hambres que por culpa de las circunstancias y de un régimen dictatorial que ahogaba al pobre y daba alas y poder al rico (injusticia consentida), consiguió dejar huella y amigos por donde quiera que pasó, fuesen sierras, campiñas, pueblos, ciudades, huertas u olivar, España o extranjero.

Años después conoce, enamora y contrae matrimonio con Dulcenombre Castro Cortés, la única mujer que pasó por su vida, madre ejemplar y a la que hizo feliz cada día, de igual manera que a sus cinco hijos, fruto del más feliz de los matrimonios y por los que dio hasta la última gota de su sangre.

Hombre sabio y de palabra, la persona con el corazón más grande que pudo existir, enorme bondad, tendiendo la mano a quién necesitase su ayuda, fuente de generosidad y la humanidad en su máxima expresión, siempre dio todo para los demás, “todo para ti y poco o nada para mí”, así fue el hombre más feliz de la tierra.

Incansable luchador, dejaste huella en el oficio de corredor de fincas durante muchos años, en el que sentaste las bases y de quien todos queremos aprender pero nadie te podrá igualar.

Siendo un niño que aprende a andar y que confía y busca los brazos de un padre, brazos que le sujetan y le enseñarán la vida, desde pequeño comprendí que había un hombro para apoyarme en los buenos y en los duros momentos, jamás olvidaré tus risas, el reflejo de tus cerezos en flor por mayo o el brillo de tus exuberantes cerezas por junio, las severas palabras para la enseñanza de tus vástagos, tu rostro serio o tus manos apretando la tierra exhausto de impotencia y dolor, pero siempre orgulloso y elegante de la caballerosidad de la que pocas personas puedan pasear por la vida.

Junto a ti y siempre motivo de alegría para mí, trabajamos, paseamos, luchamos, vimos amanecer y anochecer por latitudes y meridianos y a cada paso una enseñanza y un motivo para presumir de maestro y de padre, siempre tuvimos un momento para la charla, un café o una copa de vino, del vino de la alegría para los dos, dos amigos inseparables en esta vida e inseparables después de ella. Te fuiste y ahora más que nunca sufro lo ingrato y triste que resulta tu partida.

Aunque existieran las palabras o los hechos más bonitos del mundo, no los encontraría si no te hubiera conocido.

Siempre en tu vida un olivo y un olivar, tu auténtica pasión, ese que ahora cuidas en el cielo y del que la paloma de la paz toma el tallo para posarlo en los corazones de las personas de buena voluntad.

Ahora me queda vivir sin tu persona, duro camino para mí, cada día, siempre que entro en tu casa te busco, me dan ganas de llamarte y preguntar ¿papá, qué haces? y aunque parezca mentira allí estás para mí, a cada paso te recuerdo, estás en el campo, estás en mi coche, estás en tu casa, estás en tu pueblo... estás y por siempre estarás en lo más profundo de mi corazón. No puedo recriminar a la vida que nos hayas dejado, sino agradecerle los ochenta y seis años de momentos, alegrías, enseñanzas y recuerdos que me diste y de haberte disfrutado, palabras que hago extensivas a tu esposa, hijos, nietos, familia, amigos y cuantas personas te conocieron.

Días antes de tu fallecimiento y en nuestro último viaje juntos los dos nos sinceramos y me dijiste unas palabras que jamás olvidaré en las que agradecías mi paso por tu vida y las que presagiaban el duro desenlace que llegaría diez días después. Gracias a ti por siempre papá. Este es mi humilde tributo, mi pequeño homenaje, no como despedida porque tú nunca te habrás marchado, sino que descansarás eternamente con la tranquilidad del trabajo bien hecho.

Gracias y hasta siempre amigo. Te quiero.