“Fui su monaguillo, su alumno
y también su amigo”

12 dic 2015 / 08:00 H.

Escribo este obituario en las vísperas de la festividad de la Inmaculada Concepción y, cuando hace un mes que nos dejó, recuerdo a un sacerdote que siempre lo consideré mi amigo desde que, allá a mediados de la década de los 60, llegó a Torredonjimeno como párroco de la iglesia de Santa María.

Don José fue para mí una persona emblemática en la que me fijé para progresar en mi vida. Siendo monaguillo de la referida parroquia palpé en don José una gran humanidad. Era una persona de voz sosegada e impartía unas homilías en las que dejaba notar sus grandes conocimientos teológicos, pero expresados con una gran sencillez hasta el punto de que todo el mundo los entendía. Don José González Amaro era una persona de un alto grado intelectual. Nació en Carchelejo, el 14 de enero de 1933, y fue ordenado sacerdote en Roma el 19 de marzo de 1956. Era un gran pastor y estaba muy preparado en los temas teológicos. Fue profesor del Seminario de Jaén y canónigo de la Catedral.

Estando en Torredonjimeno, con una gran labor eclesiástica, padeció unos problemas físicos que le impedían ejercer su quehacer pastoral con normalidad. Sufrió lo indecible para poder salir adelante, pero lo consiguió.

Particularmente, he de decirlo, me tenía un gran aprecio y me sentía muy a gusto cuando le ayudaba en sus misas. Vivía en la calle La Muela, junto a la farmacia Liébana, y su madre, nunca lo olvidaré, me daba algunas monedas de propina cuando le acercaba la docena de huevos que le compraba a mi madre, vendedora en el mercado de abastos. En los momentos previos a la misa nos retaba a una partida de ajedrez colectiva en la que participaba junto a otros amigos como Antonio Cañada, Adolfo Álvarez, Juan Eugenio Arrabal, Francis Anguita o Gil Castellanos.

Nunca olvidaré aquel “un poquito de jaque” suyo, para avisarnos del peligro que corría “nuestro rey”.

Su capacidad de trabajo y sus dotes de intelectual no pasaron desapercibidos para el entonces obispo don Miguel Peinado que, a poco de llegar a nuestra diócesis, el 29 de junio de 1971, lo nombró su secretario-canciller, por lo que tuvo que trasladarse a Jaén, siendo sustituido como párroco del templo tosiriano por don León Suárez Palomares. Don José González Amaro fue también mi profesor de religión en el instituto Santo Reino.

En Jaén, cuando yo ya trabajaba, en la entonces Radio Popular de Jaén, hoy COPE Jaén, cuyos estudios estaban en el Obispado, manteníamos una fluida relación que continuó con el paso de los años, hasta el punto que fue también uno de los sacerdotes que ofició la misa en la que contraje matrimonio.

Concelebró la eucaristía en la parroquia de Monte Lope Alvarez, pedanía de Martos, junto al párroco don José Antonio Maroto, que hasta hace algo más de un año fue vicario general, y el que era director general de COPE, el sacerdote dominico, fray José Luis Gago de Val.

Desde la jubilación de don José, aunque hemos tenido contactos, no fueron tan intensos como en los primeros años, ya que era un hombre de “poco salir’”, por lo que no coincidíamos demasiado —él se dejó ver poco—, pero siempre que hablábamos recordábamos viejos tiempos. En los meses previos a su muerte, y en sus visitas al Restaurante Saray, donde solía acudir junto a un familiar, tuvimos intenciones de vernos, a través de los mensajes que me enviaba Rafa, su propietario, para compartir nuevos momentos pero, por distintos motivos ajenos a los dos, no se produjeron.

Vaya desde aquí, por lo tanto, mi recuerdo, para un sacerdote que me marcó como cristiano y del que aprendí cómo había que afrontar la vida para alcanzar objetivos. Él siempre me decía que se sentía orgulloso de escuchar en las ondas a “mi monaguillo” y “mi alumno”. DEP para el que para mí fue un gran sacerdote y mi profesor, pero sobre todo, amigo. Paz y Bien, don José.