“Fue una mujer feliz y realizada, en el pleno sentido de la palabra”

13 dic 2015 / 08:00 H.

Madre Victoria Valverde es una religiosa calasancia que murió en 1937, víctima de la persecución religiosa en España. Su nombre era Francisca Inés de la Antigua Valverde González. Nació en Vicálvaro (Madrid), el 20 de abril de 1888. Al quedar huérfana estuvo acogida en el Orfanato de Alcalá de Henares que dirigían las Hijas de la Caridad. Al sentirse llamada a la vida religiosa, un sacerdote escolapio, que la dirigía espiritualmente, la puso en contacto con la Congregación de Hijas de la Divina Pastora, fundada por el Beato Faustino Míguez, sacerdote escolapio. Y en 1910, cuando tiene 22 años, ingresa en el noviciado en Sanlúcar de Barrameda. Al emitir sus votos cambia su nombre por el de Victoria. Se dedica a la noble misión de la educación, como la define el Beato Faustino Míguez, en los distintos colegios a los que es destinada: Mónovar (Alicante), Monforte de Lemos (Lugo), Martos y Sanlúcar de Barrameda, ciudad en la que permaneció desde 1924 a 1931.

En este año regresa de nuevo a Martos, y es nombrada Superiora de la Comunidad. Permanece aquí hasta el momento de su muerte. Las personas que la conocieron nos la describen como una “mujer menuda, de carita redonda, agraciada, con ojos grandes; parecía una persona débil, pero era fuerte de carácter y, a la vez, amable y cercana con las niñas y sus familias”. Madre Victoria fue una mujer feliz y realizada, en el pleno sentido de la palabra; pero no lo fue desde los parámetros de felicidad y realización de nuestra sociedad, según los cuales es más grande y más importante quien más títulos posee, quien es más conocido y reconocido; en definitiva quien más tiene, quién más deslumbra.

Asomarse a la vida de Madre Victoria es descubrir a una mujer humilde, sencilla, débil pero valiente en Dios, profundamente arraigada en Dios, como esos árboles que por sus profundas raíces, aguantan los más fuertes vendavales. Una mujer que muere defendiendo lo que vive como el mayor tesoro recibido, el don de la fe. Ella descubrió que el mejor camino de realización personal es el de la entrega de la vida a la causa del Señor Jesús, a la causa de los demás, según la lógica del Evangelio, que es la de la entrega y la renuncia de sí mismo.

Madre Victoria, como fiel Hija de la Divina Pastora, fue una mujer que dedicó lo mejor de sí misma al cuidado feliz permaneciendo sencillamente al cuidado de los otros: de sus alumnas y de las religiosas que tenía encomendadas, como Superiora de la Comunidad. Fue una persona con un gran amor por la educación y con alma de educadora. Aprendió el arte de armonizar la bondad con la exigencia en el cuidado y educación de las alumnas, a las que acompañó en su camino de crecimiento humano-cristiano para que fueran personas felices que contribuyan a una sociedad mejor.

Fue una mujer que se sintió tremendamente cuidada por Dios, y por eso repite con frecuencia: “No se preocupen por mí, el Señor me está preparando y pienso que me va a costar mucho, pero confiando en Él, creo que me concederá servirlo hasta el fin de mi vida”.