“Era un virtuoso del esparto, que trabajó en sus años de jubilado”

27 nov 2016 / 08:00 H.

Leyendo algunos de los artículos aparecidos en “La Raíz” sobre Santisteban del Puerto, me vino a la cabeza una de las cosas que siempre ha dejado huella en mí, que ha sido la afición de espartero de mi abuelo ya fallecido hace unos cuantos años. Y es que no se dedicaba como profesión a moldear y a construir con esparto cientos de objetos, sino que fue su gran afición en sus años de jubilado.

Antonio Fernández Torrente nació en Santisteban del Puerto el día 25 de octubre de 1923 y murió a los ochenta y siete años, concretamente el 21 de noviembre de 2010. Su padre se llamaba Cristóbal Fernández Munuera y su madre Ana María Torrente Collado. Se casó con María Josefa Parra Parra —hija de José Parra Gascón y de Francisca Parra Mercado— y tuvieron tres hijos: Cristóbal, José y Ana María. Yo soy el hijo mayor de Ana María y desde que tengo uso de razón he visto a mi abuelo mientras hacía, afanoso, lo que él llamaba su “trabajo” cuando ya estaba jubilado. En realidad, Antonio Fernández Torrente tuvo siempre como profesión maestro albañil, trabajando toda su vida en la villa de Santisteban del Puerto.

Y es que el recuerdo de los abuelos, en la mayoría de los casos, siempre son fantásticos. Yo podía pasarme horas y horas charlando con mi abuelo mientras hacía una barja o forraba botellas para que estuviera más fresca el agua o hacía adornos... Tenía unas manos que más de un cirujano quisiera para él. Era, sin duda, un auténtico artista del esparto. En todos sus viajes a las casas de sus hijos —desgraciadamente Cristóbal vive en Quart de Poblet, en Valencia, y su hija en Villacarrillo— iba con sus bártulos de esparto, con la misma guía para cuidar todos y cada uno de sus trabajos, y ya fuera en Villacarrillo, Quart de Poblet o en Santisteban del Puerto, el amor y la paciencia que le dedicaba a todos y cada uno de ellos resultaba extraordinario.

Lo primero que hacía era comprar esparto, que casi siempre se lo llevábamos desde Villacarrillo a Santisteban —se quedaba sin material para sus obras de arte y había que reponer existencias— y me acuerdo perfectamente que debíamos comprarle un número determinado de mañas de esparto —crudo y machacado—. El esparto crudo lo metía en agua un par de días para poder manejarlo y moldearlo bien. Luego comenzaba hacer la pleita que se trataba de hacer un cordel de esparto liado para luego envolver objetos o hacer otros huecos —como barjas, espuertas, etcétera—. Se podía tirar muchas horas sentado en su silla haciendo la suficiente pleita para poder hacer el objeto deseado como las tejeras las prendas de vestir. Todo un artista. E incluso me dijo mi abuelo que fue su padre Cristóbal quien le enseñó el arte del esparto. Una lástima que no hayamos podido conservar la tradición en la familia... pero quién sabe, todo es cuestión de ponerse y recuperarla.

Todavía recuerdo cómo a cada uno de los nietos —y sus respectivas novias... porque los que nos hemos casado hemos sido todos varones, por ahora— nos fue regalando multitud de adornos, instrumentos y artilugios hechos de esparto y que, sin duda alguna, todos guardamos. Sobre todo cuando alguno se casa, le hacía auténticas maravillas. Desgraciadamente para mi celebración matrimonial no llegó a tiempo pues falleció unos meses antes, pero todo lo que me hizo a mí y le hizo a la que ahora es mi mujer, lo guardamos como la joya más preciada de la casa.

En sus últimos años de vida, y en nuestras últimas conversaciones sobre cómo nos iba el trabajo y demás batallas que nos contábamos, mi querido abuelo Antonio Fernández me decía que ya no tenía las manos bien y que no le salía las cosas tan bien que unos años atrás. Añoro esos días que pasábamos juntos hablando, charlando, discutiendo sobre política, contándonos batallitas, riéndonos con los chistes que se sabía...

Una de las mejores personas que conocí fue mi abuelo... el espartero de Santisteban del Puerto, por eso quiero dejar por escrito una brevísima reseña de mi él, para que no se pierda en el olvido el legado que nos dejó. Permanece imborrable en mi memoria y en la de muchas personas que lo conocieron y trataron.