Cariñoso recuerdo colectivo al “guardián de las esencias” de Hoya del Salobral

09 feb 2020 / 08:00 H.
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Hoya del Salobral lleva meses huérfana. Este rincón telúrico donde los haya y especial, un lugar retirado del mundanal ruido y muy próximo al límite con la provincia de Granada tenía como figura icónica a Antonio García Rosales. Con la llegada de peregrinos y otros visitantes emergía, como de la nada. Se acercaba a ellos y los acompañaba. Antonio formaba parte del paisaje y de la magia de la aldea, situada al abrigo del cerro de la Mesa. En este Cabezo de la Sierra Sur, García Rosales recibía a la gente, siempre con su atuendo claro, que se aproximaba al fulgor de la luz. Ataviado con gorra y mono blancos y con un bastón en la mano rodeaba, con circunspección y respeto a los forasteros. Si encartaba, podía entablar conversación con ellos y, en ocasiones, repartir estampas con su propia imagen.

Antonio García era el “guardián de las esencias” de Hoya del Salobral, con su aspecto de eremita contemporáneo. Su casa, localizada en las inmediaciones del templo dedicado a la Virgen de la Cabeza, era una remanso de paz en uno de los espacios más solitarios y silenciosos que puedan imaginarse. En ocasiones, acompañaba a quienes llegaban empujados por la fe hacia La Morenita y el Santo Custodio en las inmediaciones de unas piedras que irradian energía, según la creencia popular. De hecho, es mítica la imagen del programa televisivo “Callejeros” en las que una mujer se frota reiteradas veces contra este lecho rocoso.

Los escasos vecinos de Hoya del Salobral y otras personas que frecuentan este punto del municipio de Noalejo rayano con la comarca de la Sierra Sur no olvidan a Antonio. De hecho, el domingo 26 de enero de este año, la ermita se llenó de fieles para asistir a la misa por el eterno descanso de García, fallecido el 29 de mayo de 2019. Entre los presentes había muchos amigos y familiares.

Uno de los habitantes más conocidos de la aldea, Salvador Peláez Serrano, presidente de la Cofradía de Nuestra Señora de la Cabeza lo evoca con cariño. Subraya que cuidaba del entorno y que se encargó de plantar los árboles que crecían cerca de donde residía el anciano.

Para describir el halo de misterio que envolvía a García Rosales puedo evocar unas vivencias que tras su muerte adquieren otro sentido. En 2017, con la intención de hacerle una entrevista me dirigí a Hoya del Salobral. Iba en coche. No lo había tratado nunca y me recibió con cordialidad en su humilde morada. Grabé su testimonio. Hablaba de un nacimiento en Mures, durante la Guerra Civil y de la fe que había entre la suya y el resto de las familias de la zona hacia el Santo Custodio, el gran taumaturgo integrante de una línea con poderes sobrenaturales en la que le precedió Luisico Aceituno. También mencionó su etapa fuera de la provincia de Jaén, con un arduo trabajo en Córdoba, donde ejerció varios trabajos, entre ellos el relacionado con al venta de ganado. No era muy concreto al referirse a las capacidades sanadoras que le otorgaban gentes llegadas hasta la zona de sierra del Santo Custodio donde se estableció con su soltería hacía décadas. Cuando iba a redactar la noticia, un problema tecnológico hizo que perdiera la grabación. Volví, semanas después, ya en bicicleta, y repetí las preguntas. Sin embargo, en esta ocasión por accidente perdí las fotos. Luego supe que estaba enfermo y se había marchado con unos familiares. No soy supersticioso, pero parecía que no estaba de Dios que hiciera la entrevista. Volví a verlo en vísperas de la romería de 2018. Ya no tenía la mítica barba que lo caracterizaba. Era como un león sin melena y aparentaba cansancio y síntomas de no estar precisamente bien de salud. Así que, para no agobiarlo, mantuve con él una escueta charla que plasmé en unas líneas. Descanse en paz un ser tan especial.

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