“A lo largo de su vida desplegó una ingente labor cultural impagable”

22 mar 2016 / 09:20 H.

Manuel López Pérez. Se podría comenzar este obituario enumerando diversas funciones sociales que le tocó desempeñar en esta vida a mi compañero cronista, colega profesional y tocayo.

Así lo haré, pues no era hombre muy dado a la popularidad ni a las algarabías de ningún tipo. Es decir, pienso que no era muy conocido fuera de los ámbitos culturales en los que ha ido desplegando una ingente labor cultural, y, por su dedicación a lo cofrade y lo religioso popular, también en los ámbitos sociales.

Maestro nacional, rezaba su título académico (ahora decimos eufemísticamente profesor). Periodista de hecho, aunque no de derecho. Investigador probado y premiado. Divulgador de prestigio de la Historia y otras ciencias sociales, era un prestigio para nuestra provincia y... me quedo muy corto. Historiador también muy corroborado por su obra vital, con decenas de libros. Dato curioso, de sus tres hijas, dos de ellas también se han dedicado con mucha vocación y frutos efectivos a las ciencias sociales.

Me gustaría escribir este obituario en el subgénero epistolar en el que tú destacaste durante varios años en nuestra prensa local, con tus famosas cartas a uno de los “padres” de nuestra cultura: Rafael Ortega y Sagrista. Era un tópico entre nuestros eruditos jaeneros decir que habías heredado los papeles de don Rafael y que eso te había favorecido. No lo niego, ya que tus 105 cartas publicadas en el grueso libro “Las cartas a don Rafael”, que fue premiado en 1989 y publicado en 1992, lo dedicabas a tu ínclito amigo.

Pero tampoco me negarán la mayoría de los lectores que Manuel López Pérez ha dedicado su vida, sin bajar la guardia, a la escritura, los años en los que ha estado jubilado, que han sido escasos: sólo nueve años.

Estimado Manuel: ¿Te acuerdas cuando tu padre, maestro nacional, al igual que el mío, se jubiló a los 70 años? ¡Qué pocos llegaban a disfrutar de unos añitos como pensionistas! Eran otros tiempos, lo sé, lo sabes y tal vez ahora con más claridad lo percibes.

Quiero recordarte dos momentos de tu vida, porque cuando lo lean tu esposa e hijas, tal vez reconozcan que tengo parte de razón. Uno, cuando yo entré en la Sacristía de nuestra Catedral y estabas junto al señor obispo y don Antonio Aranda como coordinador de un libro que, para mí, es de los importantes de tu currículum, “La Persecución Religiosa en la Provincia de Jaén. (1936 - 1939)”. Estabas presentando esa obra que muchos esperábamos, pero que pocos se atrevieron a coordinar. Otro momento, cuando en la parroquia de Cristo Rey —que cuando yo era un niño de pueblo recién venido a Jaén para mí era la más moderna e importante—, el vicario general y seis sacerdotes concelebraban en tus exequias. Fuiste un cristiano eficaz, empleaste tus talentos con mucha dignidad y eficacia. Gracias, Manuel.

Me da cierto pudor escribir cosas periodísticas de personas que siempre quisieron guardar su intimidad, no sólo por su carácter familiar, sencillo, incluso humilde. Por ello, termino aquí, no sin hacer un llamamiento a colegas y a sus hijas e íntimos, para que nos deleiten con detalles de esa vida callada, en lo bullanguero y cotidiano, pero profunda en lo que trasluce su obra escrita. Es esta una idea que tomo de Juan Cuevas, pues así lo capté en una intervención suya, en una reunión que tuvimos en común y Juan se refería a su buen amigo, el historiador Manolo López Pérez.