“Al fin y al cabo, una mujer de teatro...”

Rosario Acuña villanueva

28 sep 2019 / 19:03 H.

Madrid, 30 de mayo de 1899. Conocí a Rosario de Acuña en el recital previo al traslado de los restos del poeta Bernardo López a Jaén, organizado por el diputado a Cortes, el jiennense Joaquín Ruiz Jiménez, quien tuvo a bien presentarme a esta polémica escritora, ciega desde los cuatro años y que, desde la representación de su obra de teatro “El Padre Juan”, en 18X, se leían toda clase de comentarios. Pérez Galdós ha dicho de ella que su valía está en haberse atrevido, con acierto, a “abordar todos los géneros de la literatura, la tragedia, el drama histórico, la poesía lírica, el cuento, la novela corta, el episodio, la biografía, el pequeño poema, el artículo filosófico, político y social y la propaganda revolucionaria”. Para otros, como el crítico Manuel Susi, solo era una “ dramaturga, masona, feminista, regeneracionista, librepensadora, articulista, filo-socialista, deísta, melómana, harpía laica, hiena de putrefacciones y trapera de inmundicias”.

Tras las presentaciones, le pedí una entrevista, matizando antes que no buscaba terciar en polémicas; solo que contara a nuestros lectores sus experiencias en Andújar y Sierra Morena. Se excusó por no poder atender mi petición en ese momento, pero me pidió una dirección a la que enviarme por escrito una breve respuesta al tema referido. A la mañana siguiente recibí en el Hotel X en donde me alojaba un sobre que incluía el texto prometido y que transcribo literal: Apreciado casi paisano, a continuación, con brevedad escribo sobre lo que ayer me pidió, pues en aquellos parajes pasé los años más felices de mi vida. “Desde mis cuatro años empezaron a poblarse mis ojos de úlceras perforantes de la córnea, el cauterio local, los revulsivos, las fuentes cáustica; todo el arsenal endemoniado de la alopatía sanguinaria y cruel empezó a ejercitarse sobre mis ojos; y las quemaduras con nitrato de plata roían los cristales de mis pupilas; y el dolor helaba la risa en mis labios de niña, y mis manos, ávidas de ver, comenzaban de nuevo a tantear objetos y muebles, siendo mi usual conocimiento de las cosas más por el tacto y el presentimiento que por la realidad de la forma y el color. Y cuando ni los grandes oculistas del momento ni los remedios farmacológicos por ellos recetados conseguían mitigar los dolores me iba con mi padre en el tren andaluz y pasaba largas temporadas en las posesiones de mi abuelo, en las laderas de Sierra Morena. Allí en las umbrías de Madrona, o las mesetas de la Solana veía que mis ojos curaban con el solo roce de los vientos serranos. Aprendí del comportamiento de los animales, de las plantas y de los hombres. Muchos fueron los momentos pasados en las posesiones de su familia paterna en donde trocaba las penalidades oculares madrileñas por el terapéutico disfrute y la provechosa lección que casi siempre proporcionaba la campiña andaluza”.

Dramaturga y firme defensora de los derechos de la mujer

Nacida en Madrid en 1850, hija de Felipe de Acuña y Dolores Villanueva. Su padre, descendiente de un linaje noble, era natural de Andújar, ciudad en la que vivió largas temporadas de su niñez y adolescencia, especialmente en Sierra Morena, desde que comenzó con problemas de vista a los cuatro años. Hasta la muerte de su padre en 1883 y la separación de marido, su pluma la puso al servicio de la difusión de la masonería y de la defensa de los derechos de la mujer. Su vida estuvo marcada por el escándalo que produjo el estreno de su obra “El Padre Juan”, calificada por Pérez Galdós como la primera obra anticlerical del teatro en España. Murió, no sin dificultades economía, en Gijón en 1923.