Confinada. Un mes con síntomas de covid sin prueba diagnóstica

22 abr 2020 / 12:03 H.
Ver comentarios

Dos días, sólo dos días más..., se lo repite una y otra vez, en una cuenta atrás interminable. En dos días podrá salir de la habitación en la que lleva recluida más de 22 días. La respiración se acelera hasta el descontrol al pensar que queda poco y sobreviene el recuerdo de las penurias pasadas: dificultad respiratoria, tos y mucho cansancio.

Al principio pensó que era una afonía, pero al cabo de unos días empezó la fiebre. Entonces decidió quedarse en la habitación sin salir. En ese momento se producía la explosión máxima de contagios de coronavirus en nuestro país. Estaba claro que podía ser el virus aunque nadie contestara al teléfono de asistencia médica. Cuando empezó la dificultad respiratoria decidió ir al hospital. Allí sólo le pudieron mirar el pulmón para confirmar que sufría de una neumonía como las del covid-19. Pidió el test. Imposible. En aquel momento el hospital disponía de algunos, pero su utilización estaba reglada por el Ministerio y estaba claro que ella no entraba en las prioridades. Así volvió a casa, diagnosticada de probable coronavirus, sin prueba definitiva. Y así seguía, sin prueba determinante, a dos días de abandonar la habitación de confinamiento.

Los primeros días, salía para comer; pero pronto llegaron las informaciones de la resistencia del virus en superficies como maderas, mármoles, plásticos. Así que la reclusión se endureció: desayunar, comer, cenar y pasar las horas, la fiebre, el cansancio, el corazón acelerado y la ansiedad..., sola. Al deterioro de la salud se suma la incertidumbre por lo que la ansiedad crece. De nuevo esa respiración descontrolada. Porque detrás de la puerta hay cuatro niñas de distintas edades con deberes diferentes e infinitos, valga decirlo; conexiones a clases on-line a la misma hora y necesidades diversas de juego, afectividad y gestión de emociones.

Una montaña rusa de organización, dispositivos electrónicos inexistentes y gritos de rabia y frustración. Sumamos la limpieza del hogar, las comidas y la compra de alimentos al tele-trabajo que mantiene encerrados a los adultos durante horas frente al ordenador, cumpliendo un horario de oficina ingobernable con la realidad del confinamiento. Ha habido momentos durísimos, de llorar en soledad, sin fuerzas para vislumbrar el final. Momentos de sentirse más malamadre que nunca porque detrás de la puerta te necesitan, pero no dispones de mascarilla ni siquiera para salir un rato y que sientan el apoyo de una madre... y quizás el peor momento es cuando tus síntomas mejoran pero no puedes salir porque ahí sigue la fiebre. Recuperas la energía y aumenta la sensación de inutilidad, de nuevo vuelve esa respiración incontrolada, de nuevo la ansiedad.

Ha vuelto al hospital después de 21 días de encierro total. Una vez más, lo único que han podido hacer es mirarle el pulmón. Ya está bien. Pero debería seguir aislada 15 días por si es contagiosa todavía. Lo único que necesita es un test que le diga que ya está limpia, que puede abandonar la habitación, ayudar a su familia en medio de la montaña rusa. Una prueba médica determinante que mande al cajón del olvido la maldita respiración descontrolada de la ansiedad que tanto le recuerda a ese ahogo provocado por el coronavirus.

En nuestro país se han llegado a realizar 20.000 pruebas al día. Sin duda es un gran esfuerzo teniendo en cuenta la escasez de este tipo de test a nivel mundial y la piratería moderna que practican algunos. Pero, sin duda, a pesar del esfuerzo, necesitamos más. Porque ese test es más que un sí o un no al contagio. Es la clave para conocer la evolución por zonas geográficas de la pandemia, la clave para reactivar la economía con la reapertura de distintos sectores; ese test es la única radiografía posible de la masa poblacional afectada y sin duda es, la tranquilidad personal para miles de familias.

Dos días, solo dos días más..., se lo repite una y otra vez, en una cuenta atrás interminable.

España