Vida buenísima

    07 ene 2019 / 11:30 H.

    H ay que reconocer que, de un tiempo a acá, en aras de la moda y la modernidad, va desapareciendo poco a poco el famoso titular “Año nuevo, vida nueva”. Porque, hasta casi antes de ayer, no había publicación seria y circunspecta que se olvidara del eslogan, en estas fechas iniciales, dado que su mensaje encerraba en el fondo un tono moral. Año nuevo, vida nueva quería significar el paso del vicio a la vida virtuosa. Bien es verdad que en muchos casos el propósito solo se circunscribía a abandonar el desliz de fumar y el de alguna otra fruslería, que por cierto en muchos casos ni se cumplía ni nada, pero había gente que se lo tomaba en serio total y pretendía meter, al menos, un pie en el grupo de los santos. Una intención que sí hizo y, que se sepa, cumplió fielmente Lazarillo, el de Tormes cuando confiesa que “decidió pasarse a los buenos”. Y para colmo, a partir de ese momento, todo le salió redondo. Pero, claro, si uno se para a pensar en el contenido de este eslogan, en seguida se puede dar cuenta de que está redactado para los malos o, en todo caso, para los menos buenos porque cabe pensarse que, si ya se está arriba, ¿qué hacer entonces? Si ya se es bueno, ¿qué? No valdría el consejo. Es como aquella pregunta que un filósofo del siglo XVIII se hacía: ¿y si todas las mujeres fueran muy guapas?, ¿y por qué no? Si el Real Jaén ya está en las alturas y se mueve entre los buenos, ¿Qué cabe hacer? Pues iniciar el camino para alcanzar lo muy bueno, lo excelente, aquello que ya no cabe mejorarse. Y esto ¿qué puede ser? Todos lo sabemos. El equipo ya alcanzó la bonhomía, la bondad de lo bueno pero aún queda un resquicio de perfección y de plenitud: el primer puesto y, después, el ascenso. Por tanto, modifiquemos el objetivo y digamos como se expresa en el título y olvidemos lo de “año nuevo, vida nueva”.