Tendremos que hablar

    17 jun 2019 / 09:05 H.

    Qué se puede decir en estos momentos que no sea lo previsto?, ¿qué se puede esperar de una columna, como esta, tras ocurrir lo ocurrido? Poco o casi nada. Cuando acabamos de resbalar, difícil es poner en marcha la máquina de la inteligencia y de la razón y lo natural es dejarse llevar por el torrente afectivo y emotivo. Aunque de cuando antiguamente se decía aquello de que los hombres no lloran porque ese comportamiento hería un viejo concepto de masculinidad, ahora, en el fútbol, hemos pasado a mares de lágrimas, además públicas y sonadas. Y tampoco es eso, sobre todo cuando los sentimientos de verdad se mueven en lo más hondo del corazón. Pero hasta aquí hemos llegado. Y, como en todos los movimientos de la vida, todos tenemos algo de pecado en el tropiezo. Ya llegará el momento del análisis pero de entrada los buenos resultados han tapado en exceso los errores. Y, además, hemos sido demasiado autoelogiosos. Es lo que ocurre cuando la fe es inquebrantable y cualquier reproche se considera una traición. Indicios y señales han aparecido en más de un momento indicando que algunas cosas no iban bien, que se estaba errando en determinadas decisiones deportivas y organizativas pero en seguida, como en aquel chiste macabro, se imponía el grito de que no estaba bien enterrado y el ruido impedía análisis que hubieran permitido corregir desajustes. Hemos practicado un fútbol de creencias absolutas, de dogmas indiscutibles y de doctrinas como infalibles. Y todo empalagoso de miel y azúcar. Pero así se ha funcionado. En cuanto al partido de ayer, poco hay que decir. Aunque la esperanza nunca se pierde, pasados los primeros cinco o diez minutos ya se aventuraba el desastre. ¡Una pena! Todo mal planteado: La estrategia, la táctica, los integrantes del equipo... Dio la impresión de que el equipo técnico, como adormecido en buenos ratos anteriores, no hubiera estudiado con rigor y precisión lo que podía ocurrir. Ya hubo algún aficionado que, al conocer la alienación, dudó. Pero, como hemos vivido con veintidós titulares, pues todo valía. Pero, ya hablaremos más despacio y con más calma.