“Parecen unos chavales, los viejos rockeros nunca mueren”

19 dic 2020 / 09:49 H.
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Desde tiempo inmemorial, los Campos de Hernán Pelea han sido el “hogar” de pastores y agricultores que han labrado una tierra inhóspita, la mayor altiplanicie de España, donde se dan incluso temperaturas de 35 grados bajo cero. La trashumancia pervive entre la Sierra de Segura, con los Campos como lugar de pastoreo del verano, y Sierra Morena para el invierno y la primavera, pero cada vez quedan menos labradores. Uno de ellos es Francisco Robles Fernández, el hijo de Isaac, que ha plantado nogueras, con éxito rotundo, en un lugar aparentemente donde nada es capaz de salir adelante por las temperaturas extremas. De la mano de este camionero que dejó el volante para llevar la labor en la tierra de su familia en los Campos de Hernán Pelea se ha movido Diario JAÉN, dado que se conoce el terreno como la palma de su mano. El concierto grabado en directo de Apache contó con él como guía sobre el terreno y como fiel seguidor del grupo jiennense.

—Apache dando un concierto en los Campos de Hernán Pelea. ¿Se había visto algo parecido antes?

—Nunca, es una iniciativa totalmente pionera. Creo que todo lo que sea promocionar nuestra tierra respetándola y haciendo las cosas con delicadeza, sin saturar la sierra ni todo el entorno natural de Segura, es bueno para nosotros. Yo no me lo explico, pero aunque el nombre de los Campos de Hernán Pelea se conoce mucho, físicamente son muy pocos los que han podido disfrutar de ellos, cuando es un paraje, la altiplanicie más grande de todo el territorio español, que tenemos el lujo de disfrutar en Jaén. Igual que en Alaska se promocionan sus paisajes y la gente no duda en ir a verlos, difundir el atractivo de esta zona beneficiaría mucho al desarrollo de la Sierra. Así que bienvenidas sean iniciativas como la del concierto, aunque repito, siempre respetando al máximo el entorno de la Sierra de Segura.

—Y, además, contando nada más y nada menos que con Apache. Me ha dicho un pajarito que usted es un gran fan de su música y el rock en general. ¿Estoy en lo cierto?

—Sí señor. Yo tengo 57 años y mis tiempos fueron los de Pink Floyd, Dire Straits... todo eso siempre me ha gustado, y escucharlo en los instrumentos y las voces de Apache, siendo de la provincia, paisanos nuestros, es especial. Además, viéndolos me sorprendió que parecen todavía chavales. Será verdad eso de que los viejos rockeros nunca mueren. A mí, sinceramente, me gustaría que música como esta siguiera teniendo éxito entre los jóvenes, el rock de los setenta y los ochenta debería reivindicarse más. Me acuerdo de Medina Azahara, su rock andaluz... Hay muchos jóvenes que ni han escuchado este estilo, y es una pena, la verdad.

—En principio parece incongruente la mezcla entre naturaleza y silencio con el rock. ¿No le resultó chocante con respecto a lo que usted ha vivido siempre en los Campos?

—Aquí es verdad que siempre reina el silencio, pero ya le digo, todo lo bueno que venga, será bienvenido, y esto lo es. Luego hay otras cosas que se hacen ahora y que antes no... cuando hay nieve, hielo y barro y vienen aquí a hacer trompos con el coche, con el impacto medioambiental que tiene... Ahora también hay otro tipo de turismo, el mochilero, que sí es respetuoso, y con el concierto también se fue respetuoso con el entorno, tanto que no había altavoces, para no “molestar” a las aves y a los ciervos y a los gamos. Para mí fue un orgullo estar allí y le doy las gracias a Diario JAÉN porque pensaron en mí para que fuese su guía y les llevase por todos los Campos para elegir el lugar del concierto, en el Cerrillo Llavero, en Cueva Paría concretamente, que está entre lugares como Juan Perrera, la Majada de las Calles, El Toril, La Secreta y Los Torcales.

—Me habla usted de las diferencias entre el ayer y ahora. Y en cuanto al trabajo agrícola en los Campos de Hernán Pelea, ¿cómo ha cambiado la situación?

—Aquí había antes mucha solidaridad y la gente, aunque fuera pobre, se las apañaba para vivir con lo que tenía y podía producir. Mi abuelo tenía 12 hectáreas de tierra y él y sus hijos nunca pasaron hambre. Plantaban sus patatas, habichuelas... Mi padre siempre contaban que tenían la casa llena con productos de la sierra. Otros tenían sus cabras, sus ovejas... así que nunca les faltaba la leche. Y, si te faltaba algo, ya tenías al vecino para ayudarte. Entre ellos se llamaban “hermanos”. Y la ropa, si se rompía, se remendaba y punto. Eso ya se fue perdiendo. Antes, por ejemplo, en los Campos había otra forma de guardar el ganado. Había que pasar veinte días guardándolo, y para eso se hicieron los refugios, no para los senderistas, como se piensa ahora. Pero claro, ya cualquier puede subir y bajar con el todoterreno. Antes teníamos sólo uno y se usaba para casos muy especiales.

—Y sigue usted, a pesar de los cambios, viviendo y trabajando en su terruño.

—No quise estudiar porque tenía metido el camión en las venas, pero también sembramos aquí mucho centeno, tanto para el ganado como para venderlo. Luego la Junta hizo el coto de caza mayor y creció mucho la población de animales, por lo que tuvimos que dejarlo. Más tarde, con una ayuda también de la Junta, sembré nogueras, robles, cerecinos, tejos... Ya se le empieza a ver forma, pero los animales del coto hacen daño en los árboles. Y ahí estoy, es una odisea, pero tratando de salir adelante, por mí no va a quedar. Es un orgullo ver los árboles como están y para mí quedan las cubas de agua que acarree en los años complicados de plantarlos.

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