Las Labècque y su magia

11 jun 2019 / 16:23 H.

Una presencia esperada largo tiempo, un concierto anhelado por muchos de los devotos del Festival Internacional de Música y Danza “Ciudad de Úbeda”, se ha hecho materia tangible al fin. Ya no se creía, como tantas veces en tiempos pasados, que se trataba de un imposible; no. Porque a Úbeda ya se han acercado, a lo largo de tantas ediciones, tal cantidad de “primeros espadas” de la interpretación musical de todo tipo y género, de agrupaciones, de primerísima línea, de cámara, corales o sinfónicas, que esto no parecía un muro insalvable. Pero el tiempo pasaba, transcurrían los años, y las hermanas Katia y Marielle Labècque no terminaban de firmar un ajuste con los confeccionadores de nuestra programación. Finalmente, se ha conseguido para esta 31 edición, que ya va tocando a su final tras prácticamente mes y medio de recorrido. Y la espera ha valido la pena.

El Auditorio del Hospital de Santiago, remozado poco antes de comenzar el Festival, y con una acústica mejorada sobre la no desdeñable que antes tenía, sobre todo para conjuntos camerísticos (sin olvidar que también consiente con éxito los decibelios de agrupaciones de mayor tonelaje, siempre que éstas quepan en su nunca demasiado extenso escenario) fue un marco ideal para el concierto de las Labècque. La instalación nueva, con claras maderas a las que aún el tiempo no les ha hecho perder su perfume, se enriqueció por segunda vez —la primera, hace unos días, con la interpretación de la versión pianística de la Novena Sinfonía de Beethoven a cargo de otra pareja fraterna, los hermanos Moreno Gistaín— con la presencia en medio de la escena de dos impolutos y hermosos pianos de gran cola de la firma Steinway & Sons, que, imbricados entre sí, ya eran un espectáculo para la vista.

...Y salieron las Labècque. Muy delgadas, vestidas de juvenil negro, pelo largo negrísimo, sonrientes y apostaríamos que contentas de estar en Úbeda. Hemos sabido que visitaron un poco la parte monumental y que quedaron, como suele acontecer, absolutamente prendadas de su incomparable conjunto histórico-artístico. Muy parecidas en su aspecto, hay quien llama a las hermanas pianistas “hermanas siamesas”. Hemos de decir que a veces sí, pero a veces no.

Sin muchos prolegómenos, el compenetradísimo dúo atacó la primera de las cinco páginas del primer bloque, dedicado por entero al compositor estadounidense Philip Glass. Sus obras, de estilo minimalista, no son nuestro ideal de creación musical, pero en esto, como en todo, hay muchos gustos y, en cualquier caso, en las manos de Katia y Marielle, se convertían, por mor de su claridad interpretativa y su permanente precisión, en algo absolutamente delicioso y casi diríamos que “docente” para explicar esta relativamente reciente música, ya que la lenta evolución armónica de las obras era presentada con prístina diafanidad y elocuencia. La caza, perteneciente a su ópera Orphée and the Princess, y una pieza de la música que Glass preparó para la película Stoker (2013), aunque el soundtrack fue finalmente encomendado a otro compositor, iniciaron el recital.

A continuación, pudimos escuchar a las hermanas tocar dos piezas en solitario; y aparecieron las “siamesas”. Nadie se apercibió de que Marielle había terminado de interpretar el Estudio número 18 y que Katia ya estaba con la página The Poet Acts de la banda sonora de la película The Hours (Las horas, del año 2002), tal fue la igual delicadeza de pulsación y cuidado con que se pasaron el testigo interpretativo una a la otra. El dúo volvió en los Cuatro movimientos para dos pianos que terminaba el particular homenaje a Glass de las Labècque. Allí comenzamos a apercibirnos de que no eran siempre tan “siamesas”, pero sí un instrumento cuasi infalible.

El segundo bloque del concierto estuvo destinado al francés Maurice Ravel. Se trataba de escuchar —y de ver— la versión original de su célebre obra Ma mère l’oye (Mamá Oca), una “Suite” de cinco piezas dedicadas a los niños, aunque nada fáciles de traducir convenientemente, muy inmersas en la estética impresionista que tanto atrajo al compositor vasco-francés. Escrita para piano a cuatro manos, las hermanas Labècque se sentaron en uno de los Steinway y su condición “siamesa” apareció con todo su esplendor. Sus cuerpos, pegados uno al otro, parecían disolverse entre sí cuando una de las dos —generalmente Katia, que interpretaba en la zona más aguda— necesitaba accionar las teclas del dominio de la otra.

Había casi que parpadear para no ver que los cuerpos se fundían en una especie de “ballet” pianístico absolutamente ensoñador. De la versión, ¿qué decir? Todo el cromatismo, todos los mil colores de la página fluyeron como si de un recipiente mágico se tratase. No se puede pensar en una interpretación más sugerente. Fue absolutamente increíble.

Para terminar, eligieron a Leonard Bernstein y su West Side Story. Una selección de cinco momentos del famosísimo musical nos devolvió a las hermanas que parecían iguales y que, sin embargo, pueden ser tan distintas frente a ciertas obras pianísticas, seguramente mayoritarias, de su repertorio. Marielle, la flemática, la tranquila, la concentrada, frente a Katia (a la izquierda de los espectadores), la mayor de las dos —que tampoco son gemelas, ¿eh?— puro fuego, toda fuerza, todo arrebato.

Así pues, esta máquina de absoluta precisión vimos que consta de dos piezas, por fuera muy parecidas, pero por dentro francamente distintas. Emocionaron al público con las canciones de Bernstein y lo arrebataron finalmente con América. El público las aplaudió y vitoreó y ellas correspondieron con una pieza fuera de programa: la muy conocida Danza húngara número 5 de Johannes Brahms, surgió de sus manos en una muy heterodoxa versión, libre y lejos de los cánones zíngaros que posee. Rapidísima a veces, con paradas en seco aquí y allá, como si estuvieran ellas mismas danzándola a su gusto. Un espectáculo verlas, una gran suerte haberlas tenido aquí, en la ciudad de Úbeda.