La risa siempre es buena consejera

El cómico Goyo Jiménez triunfa en Jaén con su ¡Aiguantulivinamérica!

14 feb 2019 / 16:51 H.

Un patio de butacas a tope que hacía, sin proponérselo, de caja de risa, de esas de bote. Pero no de risa tonta ni floja, sino de la que se instala en las tripas y aprieta. Era una especie de carcajada en morse: punto (monólogo), punto (monólogo), raya (jajajaja), punto (monólogo). Ese es el efecto que Goyo Jiménez provocó con su ¡Aiguantulivinamérica!, que, seguramente, es la forma de decir de carrerilla I want to leaving in America, que recuerda el tema América de la película West side story... I like to be in America, que cantaba la sin par Rita Moreno, para disfrute del personal local y del uno al otro confín.

Quince años después de la primera entrega, Goyo Jiménez trajo a Jaén la segunda parte de ¡Aiguantulivinamérica! Y, como en la primera, se basó en las comparaciones que, por más odiosas que un ocho que parezcan, propiciaron la rechifla continua del respetable, que rebosaba juventud, en un arco de edad inequívoca, y mucha predisposición.

Goyo Jiménez irrumpió en el escenario portando al hombro un mástil con la bandera americana de barras y estrellas desplegada. No había pronunciado un palabra y la gente aplaudió a rabiar. Al fondo del escenario, en una gran pantalla se proyectaron imágenes, fotografías de Barak Obama, de la portada de The Washington Post, de Elvis, Michael Jackson y de otros iconos que recuerdan que cualquier tiempo pasado, ya pasó. Y pasado el primer efecto visual, se fijó en la pantalla, todo el rato, un escudo, tan inspirado en el de los Estados Unidos que parecía un plagio, rodeado por la leyenda: “Aiguantulivinamérica. The Goyo Jiménez Experience”, el título de espectáculo. El cómico hizo una concatenación de comparaciones, sutilmente hiladas, entre el fabuloso modo de vida estadounidense y más castizo y de andar por casa de los españoles. Y como en esta parte de la mar océana la cultura norteamericana ha dejado su esencia desde que los vaqueros de Tombstone inventaron los Levis Strauss, pues se entendían a la perfección las comparativas.

Situaciones mayormente absurdas que provocaban el continuo despipote, con toques de surrealismo, de disparate, de complicidad y de ingenio, en un cóctel con toda su chicha y su limoná.

Como ¡Aiguantulivinamérica! era una segunda entrega y extensión de su éxito anterior, el cómico se entretuvo en desvelar el significado de “precuela” y se armó el lío de lo del huevo y la gallina.

Pero sus muchas tablas le llevaron a dar un poco de respiro al respetable y, de tanto en tanto, pedía que se encendieran las luces y le preguntaba a gente del público, cuestiones tan peliagudas como —“¿Cómo te llamas?”,
—“Luis”. —“¿A qué te dedicas?”, —“Estudio Psicología”. Y concluyó: “El psssicólogo estudia psssicología y el sicólogo estudia higos”.

Un espectáculo que, como se suele decir, el precio de la entrada estuvo bien pagado, ya que, aparte de pasarlo bien, la sesión de risoterapia salió gratis.